EL centro histórico de una ciudad es como un escaparate, donde guarda y muestra al mismo tiempo lo mejor de sí. La gente busca esos centros y los recorre con un detenimiento y atención que no pone en otras partes, lo cual los ha vuelto, principalmente en la Era del Turismo, muy codiciados como fuente de ingresos. Cuando las autoridades municipales madrileñas invirtieron un dinero considerable en buscar los huesos de Cervantes, no les movía únicamente un propósito piadoso o cultural, sino convertir el Barrio de las Letras en algo parecido a Stratford-upon-Avon, rentable santuario chespiriano.
Las razones para restringir el tráfico en la zona conocida como Madrid Centro son de índole diversa: ambientales, culturales y económicas: mejor calidad del aire y disminución de atascos y ruido, invitación a una más humanizada socialización de la ciudad mediante paseos e incremento de los negocios relacionados con estas mejoras indudables. Uno de los más ardientes defensores (valga la hipérbole) de Madrid Centro ha sido uno: confiaba en ahorrarme los tres mil euros anuales de garaje. En los seis meses que lleva funcionando Madrid Centro, sin embargo, siguen sin verse sitios libres para aparcar en la calle, al contrario, todo sigue igual o peor al respecto.
En Venecia, ciudad-escaparate por antonomasia, no hay coches, como es sabido, pero tiene otros problemas, el mayor de los cuales acaso no sean ni las lanchas motoras y sus erosivos oleajes ni los grandes cruceros, sino esa gentrificación que la está vaciando de vecinos. Eran estos la sangre que la mantenía viva, pero cada día se parece más a un hermoso animal disecado, alambres y serrín con preciosos ojos de cristal (de Murano, naturalmente). Como tantos, sueña uno con un Madrid sin coches; también sin el nuestro. Pero en ese sueño hay pasajes de verdadera pesadilla (basada en hechos reales), cuando ve uno desaparecer a una velocidad de vértigo vampirizado por el turismo todo aquello que había convertido nuestro barrio en un centro en verdad histórico, tiendas, talleres, tabernas... y sobre todo vecinos. Era, sí, un modesto y encantador escaparate de ciudad provinciana, pero los vecinos están teniendo que emigrar a barrios más baratos. De modo que los coches empiezan a no ser tampoco el mayor de nuestros problemas.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 11 de agosto de 2019]
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