LA noticia pasó desapercibida para muchos: hace unas semanas se subastaron sus últimos cincuenta cuadros, del total de cuatrocientos que pintó, calificados por la crítica dentro del estilo “lírico abstracto impresionista”. Como no hay mayor abstracción que el dinero recordemos que sus obras alcanzaron a mediados del siglo pasado una media de 6.000 dólares, si bien una de ellas llegó a la lírica suma de 25.000. La casa de subastas estimaba que en la actualidad esas cincuenta obras llegarían en total a los 220.000 euros, lo cual indica que su lirismo está yendo paulatinamente a la baja.
Picasso y Miró, si es verdad lo que recogen los periódicos y no un fake como lo de que España es el segundo país en muertos en las cunetas después de Camboya, tenían obras suyas. Picasso, que la había comprado a tocateja, la tenía colgada en su estudio, y Miró, más astuto, más agarrado o más pobre, la habría cambiado por dos dibujos. No sabemos si Dalí también, pero cuando vio sus pinturas dijo que “el verdadero humano es Congo, y Jackson Pollock, un animal”. Porque se me había olvidado informar que estamos hablando de Congo, un chimpancé al que su entrenador, el biólogo Desmond Morris, adiestró para que ensuciara lienzos a brochazo limpio.
Congo pasó a mejor vida, así de cruel es la naturaleza, aunque no tanto como para no resarcirle antes a su dueño y a sus herederos del dolor de tan gran pérdida con las ventas de sus experimentos. ¿Y a qué se parecen los cuadros del “simpático chimpancé británico”, como lo llama la prensa? Tiene uno, claro, la duda de si un chimpancé goza del derecho a ser considerado británico, o sea, si puede pertenecer a la nación británica o ser admitido en ella, por mucho sentimiento que haya plasmado en sus pinturas, pero concedámoslo en atención al lejano parentesco que nos une a todos los humanos con la nación simiesca, hoy casi mayor que con la nación británica. ¿A qué se parecen esas pinturas? Recuerdan a todas las que suelen hacer los famosos que sienten tardíamente la poderosa llamada del arte (toreros, folclóricas, futbolistas), y anonada, claro, el oportunismo de Picasso y Miró. ¿Es posible que creyeran de algún valor artístico esas pinturas o eran sólo unos pícaros, como muchos? Y los que hoy avalan en verdad tantos disparates, lo mismo: ¿tontos, cínicos, pícaros? ¿Todo en uno?
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 12 de enero de 2020]
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