EN 1974 fui testigo de un par de milagros. Lo excepcional fue que sucedieran en el mismo día, cosa rarísima. Ocurrió en Ladeira do Pinheiro, Portugal, donde se le aparecía la Virgen a una mujer de mediana edad. El primero fue un milagro clásico, y el segundo moderno. El clásico estaba en pleno proceso: la multiplicación de una docena de panecillos que iban a dar de comer a cinco mil personas, entre las que me contaba (esa es otra historia). Que el panecillo que me tocó en suerte fuera uno de los originales o de los multiplicados no puedo asegurarlo, pero que me lo comí y estaba bueno, sí. Formar parte del segundo, seguramente invalida mi testimonio: la Virgen, a través de la vidente, ordenó que los españoles presentes se juntaran en piña, iba a hacernos crecer hasta los tres metros de altura. Al padecer de vértigo preferí quedarme conde estaba, y ya lo siento, porque crecer de golpe tres metros ha de ser cosa linda.
Así como el milagro de los panes fue mayoritariamente aceptado, en el del aumento de estatura hubo división de opiniones, lo que me permitió comprobar que el de los milagros es un territorio controvertido.
Es uno optimista por naturaleza, y ve que la humanidad se ha ido librando de su destrucción final siempre de milagro: en el último momento el bien triunfa sobre el mal, aunque deje el campo de batalla lleno de cadáveres. Pero en el corto plazo y en nuestro entorno, donde se necesitan más los milagros (por otro nombre: lotería), estos se producen muy raramente, y nunca dos el mismo año: pensábamos que ni Trump ni Sánchez serían presidentes ni vicepresidente Pablo Iglesias , que el Brexit no se produciría, que Eta no sería la que contara la historia, que los nacionalistas no sumarían nunca más del 30%, ni los comunistas, después de Lenin y Stalin, obtendrían tampoco más de veinte diputados, ni Vox, después de Franco, cincuenta. Seguramente todos ellos creen hoy por hoy en los milagros, como los devotos de Ladeira do Pinheiro, al ver cómo sus causas han crecido tres metros, qué digo tres, cien, mil, un millón. Por eso llegados a este punto, a los que tratan de traer un poco de racionalidad a los procesos emocionales, no les queda otra que repetirse: Fíate de la Virgen y no corras, y esperar que escampe el temporal y vengan tiempos mejores, o sea un milagro, pero esta vez de los serios.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 3 de marzo de 2020]
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