Gracias, Arcadi, por esto.
Yo sé que en esta entrevista de El Mundo me haces salir bastante mejor de lo que soy, pero como acabo de ponerte en un correo, no me importa.
El género de la entrevistas es un género especial que tiene mucho si no de ficción sí de espejismo, y sé que lo mejor de lo que dice ese AT. que sale ahí es de un AE. con el que suelo estar de acuerdo casi siempre; en estas cuestiones político/poéticas de la literatura ficcional, sin lugar a dudas siempre. Él es quien mejor y más extensamente ha pensado en España de ese asunto, a mi modo de ver.
Andrés Trapiello acaba de publicar Seré duda (Pre-Textos), un estupendo título entre la metafísica y la prosa de vestuario, el volumen 19 de su Salón de los Pasos Perdidos. Este colosal ejercicio literario que ya ha cumplido las 9.000 páginas y los 25 años.
Arcadi Espada.- ¿Qué cumpleaños estamos celebrando?
Andrés Trapiello.- Celebramos los 25 años de El gato encerrado, el primer volumen de los diarios. Un año antes se había publicado, a una entrega por semana, en el suplemento literario de Diario de Jerez, que llevaban Juan Bonilla y José Mateos.
A. E.- ¿A qué año correspondían las anotaciones?
A. T.- 1987. Entonces me tomaba un lapso de tres años. Luego aumentó a cinco y ahora está en 10. Querría acortar el tiempo de nuevo y volver a los cinco años para lo cual tendría que publicar durante algún tiempo más de un volumen por año. Pero, en fin, todo esto tiene poca importancia porque al tratarse de una ficción…
A. E.- Veo que ha comprendido enseguida de qué va a ir esto.
A. T.- Me lo imagino, me lo imagino.
A. E.- Ja, ja. ¿Cuántos volúmenes ?
A. T.- 19 volúmenes. Y páginas, 9.904. De las cosas más tristes que he hecho nunca. Contarlas.
A. E.- ¿Cada una de esas páginas tiene su versión manuscrita?
A. T.- No. Yo escribo casi todos los días en unas libretas las cosas que me pasan. Al cabo del tiempo vuelvo a las libretas manuscritas que correspondan al año que toque. Aproximadamente la mitad de lo escrito no me sirve. Digamos que me quedo con 150 páginas, que pueden crecer en el momento de la reescritura en el ordenador hasta las 500 o 600.
A. E.- ¿En esa ampliación introduce elementos categóricamente ficciones?
A. T.- Sí. Le pondré uno de mis ejemplos favoritos. Un año conté que me encontré con una muchacha en mi barrio y la seguí. La seguí hasta tal punto, que acabamos en un hotel, digamos que en el vestíbulo, porque ahí se detuvieron las fantasías del narrador. Cuando mi mujer leyó ese fragmento cerró el libro furiosa y me pidió explicaciones. Yo le dije, con alarma, que se trataba de una ficción. "Imposible", me contestó, "es imposible que eso que cuentas no haya sucedido, y también es imposible que no hayas pasado del vestíbulo del hotel". Por más que yo protestaba por mi inocencia conyugal no había manera.
A. E.- Como creo que siguen juntos debieron de cambiar sus pactos conyugales.
A. T.- Je, je. Esas cosas se gestionan como se gestionan, no sin problemas. Me dijo: "Te creo, porque es mi obligación y no indago más". Lo cierto es que era pura ficción, y que me habría gustado que no lo fuese.
A. E.- ¿Todo lo que añade pertenece a la memoria del año en que fue escrito?
A. T.- No. También añado cosas contemporáneas al momento de la reescritura. Los aforismos, por ejemplo. Ni siquiera me importa que haya anacronismos, siempre que sean leves y no alteren los retratos morales o históricos de los personajes.
A. E.- Como en cada volumen incluye el año de referencia, deduzco que hasta las fechas son para usted novela.
A. T.- También lo eran para Galdós en sus Episodios Nacionales. Yo lo que no hago es trampa. Yo he explicado las reglas y he dicho que el lector debe tomarse todo lo narrado como un hecho novelístico. Por eso yo he llamado a esto Una novela en marcha, donde incluso la verdad de las fechas sigue aquella sentencia planiana, "más o menos, más o menos...". Una novela que lo único que necesita de modo indispensable es la verosimilitud. Yo no puedo escribir que Madrid tiene playa o que mataron a Kennedy en 2005. Yo soy un escritor realista y hago lo que Tolstoi, por ejemplo. Todo aquello que se refiere a hechos históricos constatables es verdadero…
A. E.- No me parece lo mismo. Tolstoi distingue radicalmente entre los sueños del príncipe Andrei y las órdenes de Kutuzov. Hay una zanja. Sus diarios son más bien un delta donde es difícil distinguir entre el agua dulce y salada.
A. T.- Es posible. No me quiero meter en honduras. No compete al autor…
A. E.- ¡Hombre!
A. T.- Sí, el autor hace lo que puede, se lo digo en serio. El autor tiene un código ético que trata de seguir con cierta honradez. Es describir la vida de las gentes con las que coincide y la suya propia. Sin trampas. Una vez le reproché a Umbral que en su Leyenda del César visionario metiera a Rafael Sánchez Mazas en el cuartel general de Franco en Salamanca, cuando nunca había estado allí. "Oye, Paco, si haces una segunda edición pon que se llama Sánchez Trazas, no sé". "Ah, no", me contestó, "porque entonces el efecto Sánchez Mazas se jode". Hay quien utiliza de una manera tramposa el dinero falso de la ficción para hacerlo circular entre los hechos.
A. E.- Y otros que utilizan el dinero de los hechos para mover sus ficciones agarrotadas.
A. T.- El tráfico me repugna en las dos direcciones. Es tóxico, porque la gente acaba por no saber cuál es la verdad de lo que se cuenta.
A. E.- Humm... Me temo que eso podría achacársele. No está claro el pacto, en los términos clásicos de Lejeune, que firma usted con su lector.
A. T.- En realidad... Mire yo firmo el pacto de Sherezade. Te voy a contar un cuento para que te mantengas despierto y vas a vivir el cuento con tal intensidad que lo creerás real. El pacto clásico de la verosimilitud.
A. E.- Hummm... En realidad lo único que sabemos de cierto sobre la verosimilitud es que los hechos contados no sucedieron. La verosimilitud es, en realidad, una garantía de que lo contado no es veraz. Y eso es un problema para buena parte de lo que usted explica.
A. T.- Lo importante no es que sean o no veraces, sino que el lector los juzgue verosímiles, es decir, como hechos que podrían haber sucedido. Yo lo dejo en las manos del lector. Y que juzgue.
A. E.- Como lector no me da lo mismo que el tumor de su mujer descrito en esta última entrega fuese una invención.
A. T.- El tono y el crédito del libro exigen que eso sea cierto. No podría ser de otro modo.
A. E.- Humm... Lo dice el mismo hombre que se inventa una (semi) infidelidad…
A. T.- ¡Y que su mujer ha creído que es cierta! En el libro cuento algo sobre M y su nódulo que me parece muy a propósito de lo que estamos hablando. Acababa yo de llegar a Bucarest cuando aún en el avión conecté el teléfono y leí este mensaje de M: "Una vez más tu diario nos salva. Perdóname por violar un principio sagrado". Mi mujer estaba convencida de que los médicos y yo la estábamos engañando. Al poco rato de salir yo de viaje leyó la libreta donde yo había anotado la víspera que el nódulo era benigno. La leyó, algo que no había hecho jamás. Y me escribió este mensaje. Y luego, ya por teléfono, me dijo que había vuelto a la vida "porque yo sé que tú en el diario nunca mientes".
A. E.- Ya. Pero no hablamos de su libretas, sino de sus diarios publicados.
A. T.- Es cierto. Pero le repito lo que le dije antes. Yo no podría hacerle eso nunca al personaje M. El novelista no hace con el personaje nada que vaya en su contra. ¿Usted se imagina a Cervantes haciendo a El Quijote protagonista de una gran mentira? El lector sabe que uno no puede jugar con estas cosas.
A. E.- Humm... Insisto en que usted juega con el adulterio. No es una enfermedad mortal, pero puede matar. Creo que en la reacción de su mujer ante este episodio hay una clave interesante. Ella comprende que usted lo cuente y no lo cuente.
A. T.- Sin duda...A. E.- En las prácticas novelescas siempre hay en el fondo un problema social. Yo no puede decir las cosas que dice él.
A. T.- ¿Sabe lo que significa todo esto? Que yo vivo peligrosamente. Y que los escritores como yo vivimos peligrosamente.
A. E.- Y que tiene una lógica necesidad de protegerse: su experimento tiene escasos precedentes.
A. T.- Sin duda. Hay que salvar a un mismo tiempo la verdad y la vida. Eso es, precisamente, lo que Miriam cree que hice con la narración de mi supuesto adulterio.
A. E.- ¿Y no sería mejor hablar claramente de la ficción, y otras vaguedades, como una forma de protección, sin más?
A. T.- Puede ser. Pero eso es asunto de otros, de los críticos. No es mi asunto.
A. E.- Relativamente. Este párrafo en uno de los prólogos. "Porque lo que sí sé, más o menos, es que estos libros al escribirse día a día son diarios, pero al publicarse cinco o seis años después, con las enmiendas, añadidos y supresiones, son novela. No se me pregunte dónde está el busilis ni cómo se produce la transubstanciación, pero es cosa segura que lo que una mano escribe como diario la otra lo publica como novela, y procuro también seguir el consejo evangélico, de modo que de lo que hace mi mano derecha, la izquierda no se entera, y al revés".
A. T.- Pues eso: la mano izquierda y la derecha.
A. E.- ¡Ja, ja, bravo!
A. T.- Sinceramente, yo no sé como es mi obra. Yo lo único que sé es que hace 25 años quería escribir una novela. Y que no sabía cómo se escribían las novelas. Decidí que iba a contar la mía. Y a eso me he dedicado. No soy un hombre que cumpla con el decálogo de las buenas costumbres, ni política ni literaria ni personalmente. Eso, y el propósito de contarlo, es lo que ha hecho peligrosa mi vida de escritor. Pero le repito: yo, sobre todo, hago lo que puedo. Entre esa tensión entre la verdad y la vida, por así decirlo, Tolstoi procedía de otra manera. ¿Sabe usted lo de sus diarios?
A. E.- …
A. T.- Llevaba tres. Uno, que tenía muy a la vista, para que lo leyera su mujer. Otro un poquito escondido, porque sabía que su mujer iba a pensar que lo del primer diario no era toda la verdad y para que creyera por fin haberla descubierto. Y luego llevaba un tercero.
A. E.- ¿Y en cuanto a usted?
A. T.- Yo llevo uno.
A. E.- Qué pregunta más tonta.
A. T.- En serio. Uno solo. Un solo nivel de riesgo, con protecciones.
A. E.- Y con X en vez de nombres.
A. T.- Me acuerdo de una frase fundamental de Ferlosio. "Humano es ocuparse de las cosas y no medirse con los demás". Mis X son conductas, no personas.
A. E.- Volviendo al pacto, perdóneme: ¿No habría sido más fácil haber dicho….?
A. T.- Esto es una novela…
A. E.- O esto es mi vida y tengo que tomar precauciones.
A. T.- No. No me habría podido tomar tantas licencias. Yo hago hablar y pensar cosas a mis X de tal modo que de ser personas se enfurecerían.
A. E.- ¿Va a seguir?
A. T.- Sí. ¿Si no, qué hago?
A. E.- Usted es su oficio.
A. T.- Pero no hablo de mí. Yo cuento mi vida, que no es lo mismo.
A. E.- Es cierto. "Muestre, no declare", la lección de Stendhal.
A. T.- Fundamental. A la gente le gusta leer vidas. Alguno me reprocha en esta ausencia de mí que no trate las escenas amorosas. Si no lo hago, le aseguro que es por incompetencia. Es verdad que soy pudoroso, pero sobre todo es por incompetencia, porque no he encontrado una manera decorosa, literariamente decorosa, de contarlo. ¡Siendo follar como es, tan bonito, si se hace bien!
A. E. - ¿Qué es hacerlo bien?
A. T.- Hacerlo sucio, que dijo Woody.
Andrés Trapiello acaba de publicar Seré duda (Pre-Textos), un estupendo título entre la metafísica y la prosa de vestuario, el volumen 19 de su Salón de los Pasos Perdidos. Este colosal ejercicio literario que ya ha cumplido las 9.000 páginas y los 25 años.
Arcadi Espada.- ¿Qué cumpleaños estamos celebrando?
Andrés Trapiello.- Celebramos los 25 años de El gato encerrado, el primer volumen de los diarios. Un año antes se había publicado, a una entrega por semana, en el suplemento literario de Diario de Jerez, que llevaban Juan Bonilla y José Mateos.
A. E.- ¿A qué año correspondían las anotaciones?
A. T.- 1987. Entonces me tomaba un lapso de tres años. Luego aumentó a cinco y ahora está en 10. Querría acortar el tiempo de nuevo y volver a los cinco años para lo cual tendría que publicar durante algún tiempo más de un volumen por año. Pero, en fin, todo esto tiene poca importancia porque al tratarse de una ficción…
A. E.- Veo que ha comprendido enseguida de qué va a ir esto.
A. T.- Me lo imagino, me lo imagino.
A. E.- Ja, ja. ¿Cuántos volúmenes ?
A. T.- 19 volúmenes. Y páginas, 9.904. De las cosas más tristes que he hecho nunca. Contarlas.
A. E.- ¿Cada una de esas páginas tiene su versión manuscrita?
A. T.- No. Yo escribo casi todos los días en unas libretas las cosas que me pasan. Al cabo del tiempo vuelvo a las libretas manuscritas que correspondan al año que toque. Aproximadamente la mitad de lo escrito no me sirve. Digamos que me quedo con 150 páginas, que pueden crecer en el momento de la reescritura en el ordenador hasta las 500 o 600.
A. E.- ¿En esa ampliación introduce elementos categóricamente ficciones?
A. T.- Sí. Le pondré uno de mis ejemplos favoritos. Un año conté que me encontré con una muchacha en mi barrio y la seguí. La seguí hasta tal punto, que acabamos en un hotel, digamos que en el vestíbulo, porque ahí se detuvieron las fantasías del narrador. Cuando mi mujer leyó ese fragmento cerró el libro furiosa y me pidió explicaciones. Yo le dije, con alarma, que se trataba de una ficción. "Imposible", me contestó, "es imposible que eso que cuentas no haya sucedido, y también es imposible que no hayas pasado del vestíbulo del hotel". Por más que yo protestaba por mi inocencia conyugal no había manera.
A. E.- Como creo que siguen juntos debieron de cambiar sus pactos conyugales.
A. T.- Je, je. Esas cosas se gestionan como se gestionan, no sin problemas. Me dijo: "Te creo, porque es mi obligación y no indago más". Lo cierto es que era pura ficción, y que me habría gustado que no lo fuese.
A. E.- ¿Todo lo que añade pertenece a la memoria del año en que fue escrito?
A. T.- No. También añado cosas contemporáneas al momento de la reescritura. Los aforismos, por ejemplo. Ni siquiera me importa que haya anacronismos, siempre que sean leves y no alteren los retratos morales o históricos de los personajes.
A. E.- Como en cada volumen incluye el año de referencia, deduzco que hasta las fechas son para usted novela.
A. T.- También lo eran para Galdós en sus Episodios Nacionales. Yo lo que no hago es trampa. Yo he explicado las reglas y he dicho que el lector debe tomarse todo lo narrado como un hecho novelístico. Por eso yo he llamado a esto Una novela en marcha, donde incluso la verdad de las fechas sigue aquella sentencia planiana, "más o menos, más o menos...". Una novela que lo único que necesita de modo indispensable es la verosimilitud. Yo no puedo escribir que Madrid tiene playa o que mataron a Kennedy en 2005. Yo soy un escritor realista y hago lo que Tolstoi, por ejemplo. Todo aquello que se refiere a hechos históricos constatables es verdadero…
A. E.- No me parece lo mismo. Tolstoi distingue radicalmente entre los sueños del príncipe Andrei y las órdenes de Kutuzov. Hay una zanja. Sus diarios son más bien un delta donde es difícil distinguir entre el agua dulce y salada.
A. T.- Es posible. No me quiero meter en honduras. No compete al autor…
A. E.- ¡Hombre!
A. T.- Sí, el autor hace lo que puede, se lo digo en serio. El autor tiene un código ético que trata de seguir con cierta honradez. Es describir la vida de las gentes con las que coincide y la suya propia. Sin trampas. Una vez le reproché a Umbral que en su Leyenda del César visionario metiera a Rafael Sánchez Mazas en el cuartel general de Franco en Salamanca, cuando nunca había estado allí. "Oye, Paco, si haces una segunda edición pon que se llama Sánchez Trazas, no sé". "Ah, no", me contestó, "porque entonces el efecto Sánchez Mazas se jode". Hay quien utiliza de una manera tramposa el dinero falso de la ficción para hacerlo circular entre los hechos.
A. E.- Y otros que utilizan el dinero de los hechos para mover sus ficciones agarrotadas.
A. T.- El tráfico me repugna en las dos direcciones. Es tóxico, porque la gente acaba por no saber cuál es la verdad de lo que se cuenta.
A. E.- Humm... Me temo que eso podría achacársele. No está claro el pacto, en los términos clásicos de Lejeune, que firma usted con su lector.
A. T.- En realidad... Mire yo firmo el pacto de Sherezade. Te voy a contar un cuento para que te mantengas despierto y vas a vivir el cuento con tal intensidad que lo creerás real. El pacto clásico de la verosimilitud.
A. E.- Hummm... En realidad lo único que sabemos de cierto sobre la verosimilitud es que los hechos contados no sucedieron. La verosimilitud es, en realidad, una garantía de que lo contado no es veraz. Y eso es un problema para buena parte de lo que usted explica.
A. T.- Lo importante no es que sean o no veraces, sino que el lector los juzgue verosímiles, es decir, como hechos que podrían haber sucedido. Yo lo dejo en las manos del lector. Y que juzgue.
A. E.- Como lector no me da lo mismo que el tumor de su mujer descrito en esta última entrega fuese una invención.
A. T.- El tono y el crédito del libro exigen que eso sea cierto. No podría ser de otro modo.
A. E.- Humm... Lo dice el mismo hombre que se inventa una (semi) infidelidad…
A. T.- ¡Y que su mujer ha creído que es cierta! En el libro cuento algo sobre M y su nódulo que me parece muy a propósito de lo que estamos hablando. Acababa yo de llegar a Bucarest cuando aún en el avión conecté el teléfono y leí este mensaje de M: "Una vez más tu diario nos salva. Perdóname por violar un principio sagrado". Mi mujer estaba convencida de que los médicos y yo la estábamos engañando. Al poco rato de salir yo de viaje leyó la libreta donde yo había anotado la víspera que el nódulo era benigno. La leyó, algo que no había hecho jamás. Y me escribió este mensaje. Y luego, ya por teléfono, me dijo que había vuelto a la vida "porque yo sé que tú en el diario nunca mientes".
A. E.- Ya. Pero no hablamos de su libretas, sino de sus diarios publicados.
A. T.- Es cierto. Pero le repito lo que le dije antes. Yo no podría hacerle eso nunca al personaje M. El novelista no hace con el personaje nada que vaya en su contra. ¿Usted se imagina a Cervantes haciendo a El Quijote protagonista de una gran mentira? El lector sabe que uno no puede jugar con estas cosas.
A. E.- Humm... Insisto en que usted juega con el adulterio. No es una enfermedad mortal, pero puede matar. Creo que en la reacción de su mujer ante este episodio hay una clave interesante. Ella comprende que usted lo cuente y no lo cuente.
A. T.- Sin duda...A. E.- En las prácticas novelescas siempre hay en el fondo un problema social. Yo no puede decir las cosas que dice él.
A. T.- ¿Sabe lo que significa todo esto? Que yo vivo peligrosamente. Y que los escritores como yo vivimos peligrosamente.
A. E.- Y que tiene una lógica necesidad de protegerse: su experimento tiene escasos precedentes.
A. T.- Sin duda. Hay que salvar a un mismo tiempo la verdad y la vida. Eso es, precisamente, lo que Miriam cree que hice con la narración de mi supuesto adulterio.
A. E.- ¿Y no sería mejor hablar claramente de la ficción, y otras vaguedades, como una forma de protección, sin más?
A. T.- Puede ser. Pero eso es asunto de otros, de los críticos. No es mi asunto.
A. E.- Relativamente. Este párrafo en uno de los prólogos. "Porque lo que sí sé, más o menos, es que estos libros al escribirse día a día son diarios, pero al publicarse cinco o seis años después, con las enmiendas, añadidos y supresiones, son novela. No se me pregunte dónde está el busilis ni cómo se produce la transubstanciación, pero es cosa segura que lo que una mano escribe como diario la otra lo publica como novela, y procuro también seguir el consejo evangélico, de modo que de lo que hace mi mano derecha, la izquierda no se entera, y al revés".
A. T.- Pues eso: la mano izquierda y la derecha.
A. E.- ¡Ja, ja, bravo!
A. T.- Sinceramente, yo no sé como es mi obra. Yo lo único que sé es que hace 25 años quería escribir una novela. Y que no sabía cómo se escribían las novelas. Decidí que iba a contar la mía. Y a eso me he dedicado. No soy un hombre que cumpla con el decálogo de las buenas costumbres, ni política ni literaria ni personalmente. Eso, y el propósito de contarlo, es lo que ha hecho peligrosa mi vida de escritor. Pero le repito: yo, sobre todo, hago lo que puedo. Entre esa tensión entre la verdad y la vida, por así decirlo, Tolstoi procedía de otra manera. ¿Sabe usted lo de sus diarios?
A. E.- …
A. T.- Llevaba tres. Uno, que tenía muy a la vista, para que lo leyera su mujer. Otro un poquito escondido, porque sabía que su mujer iba a pensar que lo del primer diario no era toda la verdad y para que creyera por fin haberla descubierto. Y luego llevaba un tercero.
A. E.- ¿Y en cuanto a usted?
A. T.- Yo llevo uno.
A. E.- Qué pregunta más tonta.
A. T.- En serio. Uno solo. Un solo nivel de riesgo, con protecciones.
A. E.- Y con X en vez de nombres.
A. T.- Me acuerdo de una frase fundamental de Ferlosio. "Humano es ocuparse de las cosas y no medirse con los demás". Mis X son conductas, no personas.
A. E.- Volviendo al pacto, perdóneme: ¿No habría sido más fácil haber dicho….?
A. T.- Esto es una novela…
A. E.- O esto es mi vida y tengo que tomar precauciones.
A. T.- No. No me habría podido tomar tantas licencias. Yo hago hablar y pensar cosas a mis X de tal modo que de ser personas se enfurecerían.
A. E.- ¿Va a seguir?
A. T.- Sí. ¿Si no, qué hago?
A. E.- Usted es su oficio.
A. T.- Pero no hablo de mí. Yo cuento mi vida, que no es lo mismo.
A. E.- Es cierto. "Muestre, no declare", la lección de Stendhal.
A. T.- Fundamental. A la gente le gusta leer vidas. Alguno me reprocha en esta ausencia de mí que no trate las escenas amorosas. Si no lo hago, le aseguro que es por incompetencia. Es verdad que soy pudoroso, pero sobre todo es por incompetencia, porque no he encontrado una manera decorosa, literariamente decorosa, de contarlo. ¡Siendo follar como es, tan bonito, si se hace bien!
A. E. - ¿Qué es hacerlo bien?
A. T.- Hacerlo sucio, que dijo Woody.
Divertida entrevista. Sin pasarme de listo, y a riesgo de llevarme un capón internáutico por desacato,creo que a AT tampoco le gustará leerse cuando dice "Esas cosas se gestionan como se gestionan". Maldito verbo el de gestionar, que es el nuevo comodín de la baraja. Hace años las muletillas eran "tema" y "a nivel de...". Tampoco podía imaginarse la infantería británica que se enfrentó heroicamente a la caballería rusa en Crimea, que su épica "Thin red line" sería siglo y medio más tarde la horripilante "linea roja" que esta temporada escuchamos a todas horas. Bendito sea Dios.
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