Acaba de publicarse en la revista El estado mental.
* * *
EL GRAN ABURRIMIENTO O LOS COMPASES DE ESPERA
Andrés Trapiello
DESPUÉS de todo, la civilización se debe a
los vagos, a los desocupados. La civilización empezó cuando sujetando un hombre
a otro a la esclavitud, le obligó a trabajar para los dos, y libre él de tener
que esforzarse por su parte para ganar el pan, pudo mirar a las estrellas y
preguntarse: “¿Por qué darán así vueltas? ¿Por qué saldrán ahora por aquí y
mañana por allá?”. Unamuno.
SI has empezado a
leer esta página acaso sea porque no tienes nada mejor que hacer. Siempre
tenemos algo mejor que hacer, si pudiéramos hacerlo. Eso no quiere decir que la
estés leyendo por no tener nada mejor que hacer (aunque también se darán casos;
resulta difícil comprender aquello que decía Baroja, “lo importante es pasar el
rato”, porque está muy cerca de “lo más importante es perder el tiempo”). El
verdadero aburrimiento es sólo un compás de espera. Casi todo lo que hacemos
nace de un no hacer, todo lo valioso es el alumbramiento de un vacío, tal y
como vemos que sucede con esas grandes nevadas que se hacen preceder de un
silencio en verdad sobrenatural, como si llegaran tras un formidable bostezo de
la naturaleza. La atención y la espera, este es el extraño origen de aquello
que merece el nombre de humano, incluso el origen del “animal de fondo”.
No se entiende, o se
entiende mal, pues, que el entretenimiento tal y como suele presentarse hoy día
(el triunfo de la distracción y la impaciencia) esté, desde mi punto de vista,
tan valorado. Precisamente porque vivimos en la sociedad del entretenimiento,
al menos en esta parte del mundo que hemos dado en llamar civilizado, será
difícil encontrar uno más aburrido que el nuestro. ¿Y no es lo que algunos
entienden por “descontrol” (como la diversión en grado sumo) la negación de las
normas, y, por tanto, de lo civilizado que hay en nosotros? De tal modo es así
que algunos podemos percibir tal diversión, incluso en sus grados aparentemente
más inocuos (pan, circo y fútbol), como lo más plebeyo, mientras tenemos el
aburrimiento, “el gran aburrimiento”, como síntoma de refinamiento o como la
conquista sin la cual no sería posible alcanzar nuestras aspiraciones. No es
infrecuente que muchos se aburran cuando creen estar divirtiéndose ni que
algunos pocos se diviertan con aquello con lo que la mayoría se aburre. Lo cual
a menudo ofende a los primeros, como si la sociedad del ocio fuera al mismo
tiempo la del resentimiento.
1,
No es sencillo
ponerse de acuerdo en qué entendemos cuando hablamos de aburrimiento. En casi
todas las lenguas existen varias palabras para expresarlo. Los esquimales
cuentan al parecer con cuarentaiséis términos diferentes para decir “nieve” y
los escoceses dieciocho para decir “lluvia”. Aburrimiento, tedio, hastío,
desgana, cansancio, fastidio, abulia, acedía, apatía son algunas de las
palabras que nosotros empleamos para definir un estado de ánimo que suele ser
el de la melancolía, la acedía, la pesadumbre, la aflicción. Todas estas
palabras, aquellas y estas, con su matiz propio, no siempre complementario o
excluyente. A medida que las sociedades se han ido haciendo más complejas las
palabras reflejan el estado emocional de las épocas. Tomemos el ejemplo del
desesperado por antonomasia, Werther, el último neoclásico y el primer
romántico: se suicida por hastío. Como consecuencia de ello aquel suicidio en
la ficción fue imitado en la realidad en toda Europa por un buen número de werthers reales. En cambio Leopardi, en
quien triunfó el romanticismo más delicado, habló siempre de noia, aburrimiento. También de uggia y de tedio. La modernidad obligó a Baudelaire a recurrir a una palabra
inglesa que él universalizó: spleen,
esplín. En inglés spleen es bazo, el
órgano causante de las secreciones que anegan el espíritu en la melancolía y
otros estados anímicos parecidos y de causa desconocida (principalmente la
melancolía moderna). Entre hastío y spleen
la palabra había hecho el mismo viaje que el individuo que dejaba atrás una
sociedad rural para adentrarse en la ciudad moderna.
Cada época se ha
planteado qué hacer con su aburrimiento. Desde los griegos. ¿No se aburrían
troyanos y aqueos en las largas esperas entre combate y combate, unos junto a
las naves, los otros tras las murallas de Ilión? En la Ilíada se nos dice que muchos de los males de los aqueos nacieron
precisamente del aburrimiento de Agamenón. Sólo que el aburrimiento de Agamenón
era como él, un aburrimiento pequeño, mezquino. En el gran aburrimiento de
Aquiles, durante el tiempo que pasó solo en su tienda negándose a combatir, se
gestaba la victoria sobre Troya.
2,
Se podría pensar que
la civilización es la historia de una conquista: la de la felicidad, felicidad
que se ha hecho depender hoy más que nunca de la palabra ocio. Ocio, opio. El
ocio es el opio de los pueblos modernos, pero ¿soportaríamos este tiempo
frenético sin una u otra clase de anestesia? Si al menos siguiéramos usando la
palabra antigua recreo y recreación el mundo parecería menos inhóspito y
sombrío. De “recreo” dice el Drae: “acción de recrearse”. El relato del Génesis cobra plenamente sentido: la
creación del hombre a su imagen y semejanza, fue una recreación de Dios, algo
que le sacó del aburrimiento que llevaba durando toda la eternidad. El Ser
inmortal se aburría mortalmente. El aburrimiento es algo divino y para Leopardi
no está al alcance de todos los humanos: “El aburrimiento es raramente conocido
por los hombres de poco valer y casi nunca por los animales”. En otras
palabras: el aburrimiento es prerrogativa únicamente de los mejores, una forma
de aristocracia, como en Hamlet. Su célebre “ser o no ser, de eso se trata” es
consecuencia del gran aburrimiento que lo tenía postrado tras la muerte de su
padre.
3,
Cuántas páginas
dedicó el pobre Leopardi al aburrimiento, a la noia. Quien haya viajado hasta Recanati y visitado el palacio donde
pasó medio recluido los primeros veintitantos años de su vida, comprenderá bien
el alcance de esa palabra. La vida de aquel joven en aquel pueblo (para nuestra
perspectiva actual es precioso, orillado, tranquilo con sus caserones vetustos
y placitas silenciosas, pero él no dejaba de considerarlo un “poblacho de mala
muerte”), sin atreverse a salir de casa para evitar las burlas de sus paisanos,
y condenado al estudio como única distracción, fue un amargo suplicio, pero le
debemos, paradójicamente, los frutos más felices de la poesía romántica. Él mismo se refirió a esa paradoja: con frecuencia los
escritos de los autores que más han sufrido, nos sirven de consuelo, sucediendo
que el hastío que los hizo desdichados a ellos, nos proporciona una verdadera
distracción a nosotros. “La noia
è in qualche modo il più sublime dei sentimenti umani”, leemos en sus Pensieri. El aburrimiento es de alguna
manera el más sublime de los sentimientos. Lo siente así, consciente de que
alguien como él, contrahecho y enfermo desde niño, no puede aspirar acaso a
nada más que al aburrimiento, donde confina la sociedad a aquellos a quienes
considera torvamente seres superiores. “Jamás llegué a imaginar que enterraría
mis años mozos en mi pueblo natal, entre una gente grosera y vil, que ve sólo
nombres raros y aun motivo de risa y de jolgorio en saber y estudiar, y que me
odia y evita no por envidia, ya que no me tiene por superior, sino porque está
segura de que me tengo por tal, aunque de esto a nadie di jamás la menor
muestra”, nos dice Leopardi en “Los recuerdos”, uno de sus poemas más hermosos.
Y con ello señala
algo que suele acompañar al aburrimiento, a saber: el desprecio (y la
irritación e incomprensión sañuda) de aquellos, incapaces de aburrirse, por
aquellos otros que transforman su aburrimiento en grandes obras.
4,
Hay, desde luego, un
aburrimiento productivo y otro estéril.
Refiriéndose a este,
sacamos de las inagotables bodegas del Libro
de los pasajes benjaminianos este fragmento: “Émile Tardieu editó en París,
en el año 1903, un libro sobre el tema de L’ennui
[El aburrimiento], en el cual pretendía demostrar que la acción humana en su conjunto
no es sino el intento, siempre inútil, de escapar al aburrimiento, mientras que
al tiempo todo lo que fue, todo lo que es y será, nunca consigue sino alimentar
inagotablemente dicho tedio. Uno creería, al escucharlo, encontrarse en
presencia de un potente monumento literario, como un monumento aere perennius erigido en honor del taedium vitae de los viejos romanos. Mas
con ello hemos dado de repente, bien al contrario de lo que suponíamos, como
ciencia mezquina y arrogante de un nuevo Monsieur Homais, que convierte todo
cuanto es grande, desde el valor de los héroes a la ascesis propia de los
santos, en prueba irrefutable del acierto de su soso y cerrado malestar de
pequeño burgués incorregible”.
Benjamin (quien
estudió como ninguno la vida pequeñoburguesa en relación de los pasajes
parisinos y su comercio, en general, y en particular el tedio, spleen, como motor del flâneur que buscaría en los pasajes el
remedio de la angustia que padece el que habita la ciudad, en cuyas multitudes
se sumerge con una vaga esperanza), sugiere que a la calidad de la acedía, se
la conoce por sus frutos, heroicos o santos, en un caso, o mezquinos en otros.
Dicho en otras palabras: a grandes tedios, a grandes aburrimientos y
malestares, grandes obras; las obras mezquinas son fruto únicamente de un
aburrimiento sin grandeza. Así parece señalarlo también el propio Benjamin en
otro de los pasajes de sus Pasajes:
“Nos aburrimos cuando no sabemos qué será lo que estamos esperando (…) El tedio
es el umbral de grandes hechos”.
5,
Cuando decimos “un
aburrimiento mortal” no estamos sino aludiendo a un irse sin retorno. El
aburrimiento no salvífico acabará siendo la antesala de la muerte, se nos
recuerda una y otra vez (y no hay moralista que haya dejado de hablarnos de
ello, desde Joubert o Lichtenberg: “El hastío ha causado más víctimas que la
voluptuosidad, más borrachos que la sed y más suicidios que la desesperación”,
resumirá por todos ellos la Rochefoucauld), principalmente aquel aburrimiento
inicuo derivado de la civilización (los pasajes del París romántico o de Milán
o incluso de Madrid –hubo aquí dos o tres– fueron expresión suma de una
modernidad cristalizada en la decantación por antonomasia que es una ciudad),
de modo que cuanto más civilizados, más ociosos, y cuanto más ociosos más
expuestos al tedio y a la barbarie, demostrando que la lógica del aburrimiento
es tan aplastante como diabólica. Al final no parece haber escapatoria.
La gente tiende a
considerar el aburrimiento como el fracaso del ocio, de cierto ocio, cuando en
realidad es sólo consecuencia de ese espacio reservado a la diversión. Hemos
venido a divertirnos, no lo logramos, y nos aburrimos doblemente. Por tanto,
excluye el aburrimiento mezquino la mayor parte de las cosas llamadas a hacerse
en “el gran aburrimiento” (en el mismo sentido que hablaba Nietzsche de “la
gran salud”: la acedía, o mal del bazo, vendría a ser principio de “la gran
salud”. La noia leopardiana lo salva
a él, nos salva a nosotros). Pues el gran aburrimiento, el aburrimiento
productivo no aspira a acabarse en diversión, en deserción de la realidad, sino
a cumplirse en obra, en realidad más plena, transformando el tedio en
melancolía.
6,
Los testimonios de
quienes aseguraron que sus grandes obras o descubrimientos o inspiraciones
procedieron de estados de aburrimiento o periodos marcados de tedio son muy
abundantes. En el terreno de las ciencias el de Newton es el más conocido. Sin
su sesteo bajo un manzano, las famosas leyes habrían tenido que esperar unos
años. En el de las letras acaso ninguno lo exprese mejor que el muy justamente
célebre, aunque olvidado, Viaje alrededor
de mi cuarto, 1794, de Xavier de Maistre. Un hombre, obligado a permanecer
unas cuantas semanas recluido en una habitación, da en viajar con la
imaginación por toda su vida, partiendo de los grabados y muebles que le
rodean. No hay lugar, por alejado que esté, ni hecho, por hundido que yazca en
el tiempo remoto, al que él no pueda llegar. La experiencia de Maistre se
repetirá una y mil veces en algunos condenados a prisión. En 1938 un hombre
espera su muerte en un barco prisión de Barcelona. Un golpe de suerte le
mantiene con vida, y aquel hombre, Sánchez Mazas, podrá escribir un año después
en un cuaderno (todavía inédito): “Tu cárcel era perfecta porque además estabas
condenado a muerte, y la muerte era la única que a la puerta te esperaba, era
tu única preocupación, la única que te reclamaba. Figúrate la infinita libertad
de un hombre, cuya única preocupación es ya la muerte. Pues es el ser más libre
y despreocupado que exista, porque ha reducido ya al último mínimo posible la
posible preocupación humana: morir o no morir”. Donde otros sin duda se
hubieran desesperado, Maistre, Sánchez Mazas y tantos más conocen el alcance de
la verdadera libertad que se les hurtó cuando estaban libres.
7
Como es sabido, no
hay mayores aburrimientos ni más gratos de recordar que los de la niñez. Al
niño los minutos se le hacen horas, las horas siglos. Recuerdo que los
aburrimientos propios y de mis hermanos (vengo de una familia numerosa de
nueve, casi todos seguidos, con diferencias de un año), se alternaban o se
sumaban unos a otros, para desesperación de nuestra madre, que se veía incapaz
de disipar tan siquiera unos pocos. Si al hacer alguno de nosotros una pequeña
pifia, echaba mano de una muletilla (“cuando el diablo no tiene que hacer”, nos
decía resignada, “con el rabo espanta moscas”), al ir alguno a ella con un “me
aburro” (como quien presenta una reclamación en la ventanilla del sindicato del
espectáculo), recurría a otra: “Ni pobre ni rico, sólo se aburre el borrico”.
Aquella era, qué duda cabe, una invitación a hacer algo de provecho “con”
nuestro aburrimiento, y señalaba de paso que el talento para sacar algo valioso
del aburrimiento, como el bosquimano fuego de unos yerbajos secos y un palito,
no era prerrogativa de ricos, sino de los inteligentes, “porque, al fin,
trabajar es mucho menos aburrido que tener que divertirse”, tal y como decía
Baudelaire en Mi corazón al desnudo.
Acaso por mi propio
temperamento he visto que no ha sido uno otra cosa que un aprendiz de
aburrimientos a lo largo de mi vida. No sólo porque el tedio sea ese soñar
despierto al que también se refiere Benjamin, y en el que tienen cabida toda
clase de deseos, sino porque finalmente ese vacío da origen a deseos
inesperados que son la tregua de nuestra melancolía.
Porque,
paradójicamente, la desesperación no procede nunca de quien cultiva su
aburrimiento y sobrelleva su taedium
vitae (dioses o santos) en una permanente espera (como quien no aparta la
mirada de la semilla que ha de germinar o de esas hierbas secas junto a las que
frica el palo sobre la tabla), sino de aquel que para acabar con su
aburrimiento ha decidido divertirse, de divertere,
que etimológicamente es huir, fugarse, correr hacia todas las partes al mismo
tiempo. Y tal huida a todas partes es a un tiempo hacia ninguna. Por esa razón
no se verá mayor desesperación que la de aquel que cree estar divirtiéndose, y
no ya por lo que decía también Leopardi (“con el tiempo, todas las cosas llegan
a causar aburrimiento, incluso los mayores deleites”), sino porque ninguna de
esas diversiones van dirigidas a sí, tal y como sucede con los grandes
ensimismamientos, origen de las meditaciones más fecundas.
y 8
Que la sociedad del
espectáculo sea al mismo tiempo la sociedad del aburrimiento lo declara la cada
vez mayor ineficacia de los remedios que esa sociedad industria para acabar con
la única fuente de verdadera dicha de que disponen los hombres afortunados: su
aburrimiento.
Ninguna felicidad
podrá igualar hoy en mi memoria aquella hora, entonces en verdad odiosa, en la
que, durante los abrasadores veranos de la niñez, se nos condenaba a hermanos y
ocasionalmente primos a dormir la siesta. Arracimados en diferentes camas y en
una habitación en penumbra, raramente dormíamos. Sólo el vuelo de una mosca
podía distraernos momentáneamente de la verdadera ocupación de aquel bendito
aburrimiento: el pensar en todo aquello que haríamos en cuanto recobráramos la
libertad, y aquella voluptuosidad no era comparable a ninguna otra, de modo que
si sucedía, como a veces sucedía, que acabáramos durmiéndonos, al despertar le
seguía un grandísimo desconcierto y pesar, no tanto porque entrábamos de nuevo
en la realidad por una puerta extraña y medio dormidos aún, sino porque lo
hacíamos desprovistos de todas las armas que normalmente nos proporcionaba
nuestro aburrimiento durante la vigilia.
Aquella sensación no
ha desaparecido aún. Sigue pensando uno que esta vida es una sucesión de
compases de espera, resueltos algunos en tal o cual acorde o sucesión breve de
notas. Otros acaso, dentro de muchos años, cuando ya no estemos aquí para
oírla, podrán conocer nuestra verdadera melodía completa, cantarnos como
balada, y hacer de nosotros música al fin.
Da la impresión de que desde que hay Internet y teléfonos móviles, con su enorme y sobrecargada oferta, es mucho más difícil aburrirse.
RépondreSupprimerPero lo que pasa con la gente joven (nacida incluso cuando Internet ya estaba implantada) es que todo en la vida real les aburre, pues difícilmente la realidad puede ser tan veloz (y discurrir en diez o doce páginas y pestañas simultáneamente abiertas) como un ordenador o i-phone conectado a la Red.
Por la misma razón les aburren los libros e incluso las películas, salvo que el ritmo de su trama sea trepidante, sin planos largos ni escenas cadenciosas.
¡Y a mí (obviamente de otra generación anterior) que justo lo que me aburre es esto último: las películas hipertrofiadas de acción en que no ha terminado de suceder una cosa cuando ya está ocurriendo otra...
¡Cualquiera sabe a dónde vamos!
Sandra Suárez
Condenado a muerte, Sánchez Mazas supo aburrirse, ab-horrēre: distanciarse bien del horror. Al menos mientras escribía lo que usted nos facilita: gracias.
RépondreSupprimerMagistral, me alegro que haya escrito sobre esto con tanta verdad, Yo escribo porque soy un desocupado que se encontró con internet, he sido comercial a cuenta propia, siempre he preferido aburrirme a trabajar, y recurrido a todo por la causa ¡ Cuanta gente murió por el binomio ocio- opio !, somos animales adictivos y cuando eres joven diversión y felicidad se confundan.
RépondreSupprimerLe felicito, escritos destacables como este son los que ponen a un escritor en su sitio, muy potente.
La música ha delatado a tantos que nadie se atreve a cantar junto a la hoguera.
RépondreSupprimerEn el funeral de Walt Whitman sonó la música que triunfaba en los salones de Kansas City, debería ser obligatorio ser despedidos con una balada o un blues, una especie de firma notarial( canción triste de Hill Street, Alegria de vivir o el Padrino )
RépondreSupprimerCon los haraganes que pululan por España deberíamos tener una civilización refinada, culta e incorruptible, si Unamuno levantara la cabeza seguro rectifica, claro que cuando el vasco había mejor gente y los jovenes eran listos y con redaños.
No sé si los "jóvenes listos y con redaños" que LP echa de menos son los que se mataron en la guerra c¡vil, la que Ramón Gaya llamaba "la guerra de España contra sí misma". Uno, sin duda por su mediocridad constitutiva, prefiere menos redaños y más capacidad para convivir, qué vamos a hacerle.
SupprimerEfectivamente el mundo se ha acostumbrado a "perder el tiempo", preguntándose qué hacer con su aburrimiento esperando el momento para hacer alguna actividad sin lograr buenos resultados. El aburrimiento poco a poco nos va consumiendo convirtiéndonos en ociosos lo cual nos impide hacer algo productivo y en otros casos a desesperarnos. Tenemos la capacidad de crear e innovar, ahora nos resulta más fácil con la llegada de la tecnología que para la juventud se ha vuelto otra manera de tener algo que hacer sea o no productivo, volviendo al punto inicial donde desperdiciamos el tiempo de "aburrimiento" en divertirnos en vez de pensar en cuantas cosas podríamos hacer y tal vez llegar a cumplirlas
RépondreSupprimerEl aburrimiento, entendido como ese hastiante "no ocurre nada", o "no ocurre nada nuevo" tiene un lado lisonsejo y grato pues, si no pasa nada, se sigue que no pasa nada malo. Y en efecto sabemos que las guerras y catástrofes son estados en los que muy difícilmente cabe el aburrimiento sino que impera uno de sus contrarios, el sobresalto.
RépondreSupprimerPero si no ocurre nada tampoco ocurre nada bueno, y aquí topamos con el alto elemento subjetivo del aburrimiento, pues ¿cómo puede no ocurrir nada bueno? ¿No ocurre que contemplemos la naturaleza, o que oigamos las músicas que los hombres han compuesto, o que leamos las obras que han escrito, o que escribamos nosotros mismos nuestros recuerdos, ideas o imaginaciones, o que amemos a alguien y compartamos arte, plática, pensamientos y gozos? Es difícil dar con un momento determinado en el que no ocurra algo bueno (siquiera sea en nuestra mente) aunque esté sumergido en un tropel de cosas malas (que quizás tampoco aburren) o no tan buenas. Yo diría que hay que ser bastante peculiar para aburrirse, y que el aburrimiento implica una condición psíquica anómala de abulia, letargo o malsano déficit de intereses. En muchos jóvenes actuales se observan estados morbosos que requieren toda una corriente torrencial de novedades para que el joven muestre un ánimo atento o interesado, ánimo por otro lado poco duradero, pues para esas mentalidades las novedades envejecen vertiginosamente, y el sujeto exige de inmediato nuevo "input".
Es cierto que, como señala AT, "esta vida es una sucesión de compases de espera" entre acontecimientos cruciales, grandes planes e hitos. Pero también es verdad que el sujeto maduro y equilibrado encuentra muchos modos de endulzar y llenar esos compases, sin incurrir en el aburrimiento.
Horacio Céspedes
No apetece estar en silencio todos los días y sentarse con unx mismx para escucharse, para vaciar pensamientos y dejar la cabeza "más limpia " ? . Cuanta falta hace y qué miedo nos produce estar en un estado de aparente quietud. Siempre hambrientos de hacer cosas, de llenar espacios y quizá vacíos. Seres dependientes de la era tecnológica,la cual avanza sin cesar, en una sociedad que parece querer ignorar lo saludable, lo imprescindible y lo importante. Saludos.
RépondreSupprimer“Nosotros música al fin”, “cantarnos como balada”. Lo tenemos más difícil los poco o nada melómanos, los herederos de Kafka.
RépondreSupprimerObdulio Méndez