13 mars 2017

Novelar la política.

SE inicia hoy una publicación, el asterisc*, promovida por  Rosa Díez, Andrés Herzog y otros colaboradores, militantes, simpatizantes y amigos, como es mi caso, de UyPD y cuanto ha representado y representa en la política española.
Este es el escrito con el que ha querido uno contribuir a una publicación tan necesaria como    oportuna, a la que deseamos lo mejor.
* * *
A menudo debemos a nuestra apretada vida cosas que el desahogo y la tranquilidad de una existencia rutinaria no siempre nos conceden. De no haber mediado razones profesionales, no cree uno que se hubiera embarcado en la relectura de los Episodios Nacionales de Galdós. A cierta edad han de medirse los esfuerzos y calibrar el brío, y los episodios son muchos episodios, exactamente cuarentaiseis, unas trece mil páginas, que únicamente la gracia, el humor, la inteligencia, lengua y maestría de Galdós logran hacer que parezcan la mitad, sin importarnos tampoco que hubieran sido el doble. En ellos Galdós nos da su primera lección: la gran Historia está mechada de pequeñas historias, los hechos relevantes no se entienden sin otros menudos, el personaje imponente y arrollador sin el contraste al lado del pobre hombre, apenas se entendería; don Quijote sin Sancho no sería nada, y esto Galdós, uno de los lectores más atentos que haya tenido Cervantes en España (no hay novela suya en que no lo homenajee de manera explícita o solapada), lo sabe bien.

A menudo se pregunta uno, ¿y esto cómo lo contaría don Benito? Cuando los tenistas hablan de “leer el partido” que están jugando, se refieren a una cualidad que no todos poseen, una especie de intuición que les hace sobrevolar sobre sí mismos para tener una visión completa. Exactamente la que le habría gustado tener a Frabrizio del Dongo, el protagonista de La cartuja de Parma, que participó en la batalla de Waterloo sin comprender, hasta que esta no acabó, que había intervenido de ella.

Nosotros somos parte de una novela que no cuenta aún con su Galdós, su Stendhal o su Tolstoi (más cierto es que a menudo estamos tentados de creer que la escribió hace años Valle-Inclán, junto a otros esperpentos suyos).

Sabemos, no obstante, que la realidad es siempre bastante más pícara que el arte, como diría Galdós, y que acontecen en ella cosas que ni el más osado de los novelistas se atrevería a poner en su novela, para no desacreditarse.

Cada vez que aparece Artur Mas en la televisión, me abismo en imaginarle escenas y situaciones acordes con su mandíbula y su gestualidad. Lo vi alguna vez de cerca en las entregas del premio Nadal, del que soy jurado, pero he tenido la suerte de no haber tenido que saludarlo nunca. No así a Yordi Puyol (licencias de novelista). En una ocasión, el año que lo gané yo, no tuve más remedio que darle la mano. Tras proclamar el fallo del jurado, era costumbre llevar al ganador como en volandas  a la mesa donde había cenado el President, invitado de honor en esas galas del Nadal. Le tendí la mano y aunque al principio no se levantó, lo hizo a continuación, sin soltármela. No me la soltó hasta no acabar de contarme lo que estaba contando a sus compañeros de mesa en el momento en que me llevaron hasta donde él se encontraba. Estaba hablando de algo de los váteres (sic) de su casa y el agua catalana que se podría ahorrar a los catalanes y a Cataluña si se les proveyese (a los váteres) , como había hecho él en los de su casa, de un dispositivo específico para aguas mayores y menores (sic). Hablaba de aquel asunto con pasión y seriedad propias de un gran estadista al que nada humano le es ajeno, y duró su minuciosa explicación, váter va váter viene, lo menos cinco minutos de reloj, ante el asombro de quienes nos rodeaban (algunos de los cuales se pusieron igualmente de pie, mientras otros, el alcalde de Barcelona y el señor Lara, mi editor, seguían sentados)… Recuerdo que yo trataba de vez en cuando de recuperar mi mano, pero aquel hombre de corta estatura la tenía tan bien sujeta, que ante el menor indicio de emancipación, cerraba sus dedos sobre ella como un cepo. Yo iba pensando, sin que el asunto de los váteres me atrapara del todo: “Acaban de darme un premio literario y este hombre, a quien no conozco de nada, al que no tenía la menor idea de que fuera a conocerlo y al que probablemente no vuelva a ver en mi vida, me está diciendo que Cataluña se ahorraría no sé cuántos millones de hectólitros si los váteres catalanes dispusieran de un botón para aguas mayores y otro para aguas menores…”. Cuando finalmente se decidió a tirar de la cadena, se despidió de mí arrojando mi mano lejos de la suya, y diciéndome: “Así que, joven (yo andaba por los cincuenta años), ¿ha escrito usted una novela? (Iba a responderle, pero no me dejó). Bien, bien, bien, me alegro. Que tenga usted suerte”. Y acto seguido se sentó, pero no tiró de la cadena, porque siguió con el turrón de los váteres catalanes, ante un auditorio de lo más sumiso y complaciente.

Yo como novelista no hubiera podido imaginar una escena como esa, ni siquiera como imagen de lo que estaba sucediendo en Cataluña en el reinado de aquel Napoleón local, complacido en parir frases inmortales cada dos minutos ante un séquito que se las celebraba, con semblante perpetuamente risueño, antes de que las pronunciara. En el caso de que se me hubiera ocurrido aquella escena, nadie la hubiera creído real. Y el hecho de que hubiera testigos no significa nada, pues este es un detalle irrelevante: los testigos a menudo son los más olvidadizos, y llegan a testificar lo contrario de lo que han oído o vivido, unos por mala fe, otros por mala memoria, y la mayoría por mala novelería.
El conocimiento de los chanchullos económicos de la familia Puyol y el hecho de que se le haya sorprendido como a un robagallinas, ha desbaratado en unos pocos años la colosal imagen que se había construido de él en Cataluña y con el tiempo, cuando el futuro Galdós haga la crónica de su vida, parecerá uno de esos pobres diablos tanto más inverosímiles cuanto más reales.

A su lado los Artur Mas o Francesc Homs no pasarán de ser meras comparsas (no digamos Carles Puigdemont), aunque acaso la vida les reserve a todos ellos papeles aún más deslucidos en la opereta. Ayer mismo Mas y Homs se despidieron del Tribunal Supremo que los juzga por desobediencia a las disposiciones del Tribunal Constitucional con una frase (“La sentencia tendrá efectos que marcarán las relaciones del estado español y Cataluña”) que la mayor parte de los periódicos han interpretado como una amenaza, cuando acaso sólo sea un ruego desesperado: “Condénennos, por favor; el proceso lo necesita”.

Lo que vaya a suceder a partir de ahora será de lo más novelesco, porque hemos llegado a un punto en el que el novelista (o sea, el futuro) puede escribir cualquier cosa, y cualquier cosa es posible, pero la probabilidad de que esta novela se cierre como un esperpento es, a día de hoy, muy grande. Que Artur Mas haya ido ayer a Oxford a decir que quiere que Cataluña sea como Dinamarca, es la prueba, y uno de esos actos fallidos de los que habla el psicoanálisis. Porque lo ha dicho el día en que empieza en Barcelona la causa del Palau que permitió a políticos independentistas robar a mansalva para la construcción de la nueva patria catalana, dándole la razón: su Dinamarca no es la actual, sino aquella que Marcelo, un meritorio de Hamlet, hizo inmortal: “algo huele mal en Dinamarca”.

¿Ha sido, es, será un problema esta pestilencia para los independentistas catalanes? No parece. Carmen  Martín Gaite se refería con mucha gracia a todos aquellos que se muestran encantados “oliendo su propio pedo”, y a quien fue su marido, Sánchez Ferlosio, oímos por primera vez la no menos figurativa expresión “peer en olla”, tan acertada para describir declaraciones y actitudes populistas y nacionalistas.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? No me refiero en Cataluña. Hablo sólo de este artículo. Los novelistas saben que a menudo las tramas van por su lado, sin obedecer maldito su deseo, haciendo lo que quieren. Y el recuerdo de aquel momento estelar en mi vida, atrapado por la mano de Jordi Pujol (a quien devolvemos ahora su verdadero nombre), debería haberle puesto a uno sobre aviso. El camino de los líricos váteres pujolianos hasta esas dos frases escatológicas no ha sido precisamente un camino de flores, como tampoco lo ha sido el de quienes empezaron robando a Cataluña hace treinta años para poder acabar diciendo “España nos roba”, que es adonde querían llegar. Esa novela está pidiendo a voces un don Benito.

21 commentaires:

  1. Si Cervantes nos hubiera contado los sueños del mono de Gines, lo que está pasando estaría escrito, escrito y novelado.

    RépondreSupprimer
  2. "España nos roba y los Puyoles nos quedamos con lo poco que le queda a Cataluña tras el expolio, como los policías forajidos del D.F.", podría ser la arenga patriótica en la próxima Diada, aunque ocupe varios renglones.
    "Dinamarca, nuestro modelo", es breve y contundente. Solo que aquel lema responde a la verdad y este a la ilusión cínica de unos desaprensivos que se aprovechan de los muchísimos ignorantes.
    Por cierto, si fuera oportuno aceptar a partir de ahora Yordi Puyol, tal vez tampoco fuera mala idea recuperar la denominación de Vascongadas, o al menos Pais Basco, para sentirse aún más cerca aún del francés que del danés.

    RépondreSupprimer
  3. Para injuriar a quien se odia o se desprecia, por merecidamente que sea, no me parece buena política la de maltratar su idioma o desfigurar su nombre. El idioma trasciende al individuo que lo habla. Se terminará injuriando a muchos otros que solo pasaban por allí. Ensanchando la brecha.

    RépondreSupprimer
    Réponses
    1. No creo se maltrate su nombre. Yo he visto escrito este de mil maneras: Dostoyeski, Dovstoiesky… Hacer burla de un nombre es otra cosa. Por ejemplo, si yo dijera ahora Fallida Alice… Y sí, tiene razón, solo los tontos manipulan los nombres y apellidos. Pero no es este el caso.

      Supprimer
    2. El nombre del genio que escribió "Crimen y Castigo" procede del cirílico, escritura para la que nunca hubo transcripciones unívocas, mientras que el del político corrupto -presuntamente- tiene una transcripción unívoca bien conocida por todos, aunque otros usan el apellido con grafía castellana, como el jugador de fútbol, sea por tradición familiar o por voluntad propia.

      En todo caso, más de uno habrá agradecido su declaración de ausencia de intención de burla.

      Si usted escribiera Fallida Alice, hablaría de una desconocida que no me concierne. Sería distinto si dijera Fallida Phyllida. En este caso quizás enunciase una verdad.

      Supprimer
    3. Con todos mis respetos, opino que para replicar hasta dos veces insinuando respeto hacia quien nos lo lleva faltando dese tiempo inmemorial, sería más correcto quitarse el embozo y enseñar la cara y el nombre verdadero. Aparecer desde el escondite poniendo los puntos sobre las íes, incluso en actitud próxima a la ofendida, resulta delicadamente impertinente. Identifíquese sin miedo, mujer, y nos sentiremos más cómodos, empezando por usted misma. Seguro que en sucesivas intervenciones nos terminará ilustrando. Y no se irrite, que lo termina pagando el inocente colon. No el catalán ese de las carabelas que le dio por llegar hasta América, sino ese pobre cacho de intestino.

      Supprimer
    4. Sus "dos veces insinuando respeto" son arriesgadas apuestas suyas. Yo no cuento ninguna. Al contrario, me pregunto qué clase de visión selectiva se precisa para haber pasado por alto mi clarísimo "por merecidamente que sea".

      La observación sobre el anonimato tiene su gracia, porque en un blog como este todos somos anónimos, salvo Andrés Trapiello y un par de casos más. ¿Qué ganaría usted en conocimiento si -digamos- Silvio Salvático fuese, por ejemplo, Juanjo Fdez Pagán? Yo creo que muy poco, salvo que usted haya recibido en Delfos una dádiva de penetración nominalista. Sin llegar tan lejos, para mí es tan anónimo Jose Cancio como para usted Phyllida Alys, y no por eso le voy a azuzar a que no tenga miedo y levante su embozo.

      Digámoslo claro, todo esto es pura necesidad de buscar adversarios. Si por alguna razón usted los necesita, le ruego que no los busque en mí. No en Phyllida Alys, que es mi nombre verdadero. Ahí no los va a encontrar.

      Supprimer
    5. Una idea que apunta Phillida me gusta y da mucho juego a la imaginación, que todos somos anónimos bajo nuestros nombres auténticos, etiquetas que no informan de nada, por no hablar de las mutaciones de cada día, que el rótulo Julia de hoy señala a una que tiene poco que ver con la de ayer y casi nada con la de hace veinte años. Los nombres valen sobre todo a efecto judicial, para que la policía identifique y los jueces tengan una palabra para rellenar la sentencia. Y una espalda para echar la culpa. Cuando se sepa más de la mente la culpa desaparecerá, todo serán atenuantes.

      Supprimer
    6. Me parece interesante el comentario. Solo que si un escritor, perfectamente identificado, nos invita a su tertulia, me parece de elemental educación corresponder con la misma moneda. Sentarse a debatir camuflado no deja de ser, hasta cierto punto, jugar con las cartas marcadas. ¿O es que hay algún motivo verdaderamente serio para embozarse? Yo creo que no, que hay que opinar y responsabilizarse. En este espacio alguna vez se polemizó sobre este asunto y se leyeron justificaciones tan vertiginosas como que la ocultación se debía a timidez, a miedo, incluso a humildad. Para bien y para mal hay que rubricar los alegatos. lo indecente es no recordar las opiniones y mucho peor renegar de ellas.Siempre lo pensé y lo seguiré pensando.

      Supprimer
    7. ¿Pero usted quién se ha creído que es? ¿El comandante de la policía de los blogs? Mientras AT autorice la publicación de un comentario, ¿quién se cree usted para desautorizarlo? ¿O para criticar otra cosa que no sea su contenido? ¡Pero qué desfachatez! En fin...

      Firmado: anónimo o Erik Satie, como todo el mundo.

      Supprimer
  4. Recuerdo esta anécdota en las primeras páginas de Apenas sensitivo, uno de los tomos de El salón de los pasos perdidos. He vuelto a disfrutar mucho leyéndola de nuevo.
    Gracias maestro.

    RépondreSupprimer
  5. Perdona Andrés, pero si no me equivoco la expresión "no me refiero en Cataluña" es un anacoluto de tres pares de cojones. Pero tú sabrás, el literato eres tú.

    RépondreSupprimer
    Réponses
    1. No me refiero [a cómo hemos llegado hasta aquí] en Cataluña. Seguro que usted lo vio también. En el conjunto es poca cosa. Pero es cierto, cada día escribe uno peor.

      Supprimer
    2. Juan Carlos Conde19 mars 2017 à 12:05

      Andrés, no presuma...
      (En homenaje, ya lo ve, de una memorable página rastreña -nunca rastrera- de su, de nuestro Salón.

      Supprimer
  6. Aunque viendo la fruición con que lo comunica, a usted parecen excitarle las anacolitis, por seguir con la escatología del escrito. Lo digo por el tono.

    RépondreSupprimer
  7. Lo peor del nacionalismo como ideología política es que utiliza el poder con un sentido patrimonial del mismo y, sospecho, creyendo que tienen patente de corso en los actos públicos haciéndolos como si fueran privados. Es un cóctel explosivo, liberales de derechas (pujoles y exconvergentes) independentistas de toda la vida (ERC) anticapitalistas asentados en el poder (CUP) y muñidores en las aristas (Omniun cultural y afines), hacen de la independencia la panacea para solución de todos los males y satanizan al oponente (todos los demás). ¿Con esas premisas que pasaría en una Cataluña supuestamente independiente?

    RépondreSupprimer
  8. Benito de Soto15 mars 2017 à 16:18

    Veo que robar el 3% es una cutrez pequeñoburguesa, algo de botiguers. Ya puestos, hay que ir a lo grande. ¡Viva la Gurtel! Sin complejos, como decía el hombrecillo insufrible

    RépondreSupprimer
    Réponses
    1. Me temo que a B. de S. lo del cálculo no se le da muy bien. El 3% de tantas obras públicas en Cataluña, y desde hace tantos años, supone muchísimo más dinero que la Gurtel. Tenga usted, o no, los complejos que tenga.

      Supprimer
  9. "Hoy fue 'almorfía, la cantidad de grano que cabe en las manos cuando estás hacen un cuenco." Spp 20, pág. 259.
    'Ambuesta', recuerdo ahora que le oí decor un par de veces a AGC con aquella inconfundible voz suya.

    RépondreSupprimer
  10. Que Pujol trate las aguas, mayores o menores, como tema capital de conversación, o como motivo literario, no me sorprende gran cosa, considerando el personaje. Lo que no me figuraba es que el circunspecto y admirado Ferlosio, nuestro Cioran local, se regodease también con las guarrerías del esfínter. Y menos aún que Martín Gaite, gran señora escritora, con capacidad sobrada para reivindicar por sí sola las capacidades creativas de las mujeres, descendiera también con esa soltura a los abismos del aparato digestivo. Pero en fin, se ve que nadie es de una pieza.
    Lo curioso y contradictorio es que todo esto del esfínter y su entorno, tan asquerosamente antiliterario, es inequívocamente "spanish", y pocos han declarado su repugnancia por lo español genuino con tanta vehemencia como Ferlosio en Campo de Retamas, donde expresa un distanciamiento y un asco visceral que roza lo enfermizo. En fin, contradicciones de los grandes, o los Grandes, porque qué inmenso escritor es Ferlosio, qué dominio tiene de la lengua y qué dífícil debe ser acercarse siquiera a su escritura. Habrá que añadir, por equilibrar, que para Ferlosio casi todas las motivaciones humanas son sospechosas, los mesianismos, los nacionalismos, las insurgencias, las sumisiones. Todo impulso humano nace podrido para este Cioran entre romano y madriles, quedando así anquilosado por la duda e inmovilizado por la sospecha. Se podría calificar a Ferlosio de "el paralizado por desconfiado". Ser hijo de quien fue tendrá su parte de culpa. Pero qué grande sigue siendo, con todas sus parálisis... y sus escatologías.

    RépondreSupprimer
  11. La psicopatología de la bordez, o del borderío, discurre por vericuetos muy curiosos:
    Él lee mal, y no entiende lo que ella educadamente ha escrito; cree que ella ha dicho lo que sólo él ha visto. Él se mosquea, se irrita contra ella, pero le aconseja a ella que no se irrite. Chulescamente: que cuide su colon. Él dirige a ella un comentario despectivo, de machito rabioso y ofendido. Y todo esto, todo, porque él lee mal.

    ¿Que dónde lo he visto? ¿Quizás en la taberna La Pacheca, del barrio Malasangre? Nada de eso. En un blog de ilustrados y cultos. En el blog del prestigioso novelista Andrés Trapiello.
    Y todavía algunos se extrañan de que haya guerras y conflictos!! Pero ¿cómo no iba a haberlas cuando se dan semejantes enfermos de bordez?
    Calculen cómo será lo que se cuece en la tasca La Pacheca.

    RépondreSupprimer