QUE los dirigentes
separatistas catalanes forman hoy una chirigota de Cádiz no ofrece la menor
duda, al menos para una mayoría de españoles y buena parte de catalanes. Una de
esas chirigotas en la que sus integrantes comparecen uniformados, pero a los
que se ha dado libertad de acción, de tal modo que, aunque cantan al unísono,
cada cual aspea y gesticula a su antojo de una manera descompasada e
histriónica. Eso hace que no sepa uno en quién fijarse, pues, mirando a uno,
tememos estar perdiéndonos los ademanes de los demás, que acaso estén haciendo visajes
más chocarreros aún, empeñado cada cual en atraer sobre sí la atención del
público y a expensas, claro, de sus compañeros de chirigota, que también están
haciendo lo propio. JpCat, Erc y Cup parecen cantar lo mismo, pero lo cierto es
que cada formación reclama para sí el favor del electorado con aspavientos singulares.Terminada
la función, los chirigoteros arrojan en un cesto sus disfraces y retornan a su
rutina, hasta el año siguiente, conscientes de que parte de su éxito depende de
la brevedad de su actuación y lo espaciado de sus apariciones públicas. En
Cataluña sucede al revés. Que los separatistas no quieran dejar el escenario se
comprende, incluso que traten de cerrar las puertas del teatro para que nadie
del público pueda irse, pero ¿que se les aplauda?
Es comprensible también que
los que declararon la república independiente de Cataluña, algunos encarcelados
y otros huidos, se resistan ahora a abandonar su propósito. Les van en ello “vida
y peculio”. ¿Las leyes, la Constitución? La repúplica es su última esperanza de
burlar la cárcel, volver del destierro y saldar sus deudas con Hacienda. Fuera
del 3% hace mucho frío. Un buen programa. Puigdemont pasaría de ser considerado
un tipejo ridículo a tener una estatua en el parque de la Ciudadela (con un
brazo levantado, señalando el camino al “poble
de Catalunya”). ¿Por qué no podría suceder algo así? ¿Podía alguien
imaginar hace sólo tres años que Ada Colau sería alcaldesa de Barcelona? Es
cierto que la mayor parte de los dirigentes independentistas jamás creyeron que
la independencia fuera viable. Da igual. Ellos viven de hacérselo creer a
otros. Y llegados a este punto, la política es ya un juego de azar rudimentario,
como las chapas: cara o cruz. O todo o nada.
Lo resumirían aquellas
palabras de Manuel Benítez El Cordobés, dichas a su hermana e inspiradoras del
título de un famoso bestseller: “O te
compro un piso o llevarás luto por mí”. El pisito, Cataluña. “¿Que hay que seguir
con los embustes? Se sigue. ¿Que hay que sostenella
y no enmendalla? Se sostiene y no se
enmienda. ¿Que en Europa y en España nos llaman espantajos, tarascas,
mamarrachos? Que nos lo llamen; más cornadas da el hambre, Bruselas, la cárcel,
Hacienda. Todo, incluido el ridículo, antes que responder ante la ciudadanía de
nuestras fechorías parlamentarias, constitucionales, económicas y sociales,
todo antes que hablar de nuestro golpe de Estado, de las empresas que se fueron
por nuestra mala cabeza, de las familias que hemos roto, de la peste que hemos traído
a Cataluña. Nada de esto importa”.
Conviene recordar a quienes
proclaman que el procés ha muerto, que
la matraca hoy del 155 y los “presos políticos” es el procés por otros medios. Les hemos visto y oído debatir imperturbables
y cada día más fúnebres, acaso porque cada día se ven más cerca del luto que
del pisito. Miran a sus interlocutores con semblante marmóreo, como retándoles con
un “pregunta lo que quieras, que te responderé lo que me dé la gana”: “¿Fuga de
empresas? Sí, azuzadas por el Estado, que trata de humillarnos por ser Cataluña
la nación más civilizada de Europa,
representada hoy en España por el franquismo. ¿Fractura social? Desde luego, causada
por el 155. ¿Constitución? ¿Pero cómo aceptaremos una constitución que nos
aporrea y encarcela?” (y el juego que no le habría dado a Marta Rovira, la
dolorosa, ese baño de sangre que ella parecía estar exigiéndole al Estado,
acusándole de ello sin pruebas). Podrán, pues, los independentistas no tener un
programa electoral, pero esas son las argucias con las que tratarán de ganar las
elecciones. Muchos se preguntan: ¿Pero puede haber alguien que se crea estas
cosas? Entre uno y dos millones de catalanes.
Yo, que diría Churchill, no los
conozco a todos, claro, sólo a diez o doce: amics,
coneguts i saludats. Algunos de ellos votaron el 1-O al ver las cargas
policiales. Hasta que las vieron no pensaban votar, arguyeron. Gente culta,
pacífica y honrada. Colegas, escritores, editores, profesores, libreros de
viejo y de nuevo. Nuestro mimado mundo de pastaflora. Gente que prolonga el
saludo mientras te calumnia y te desprecia, lo que nunca pensó uno que vería. Personas
que aseguran que Cataluña no es Murcia (“y, entiéndeme, me caen genial los
murcianos”). Gente convencida de que el aire que se respira en el resto de
España es africano (“y a mí me encanta Marraquesh”). Personas que se ofenderán
si les hablas de fascismo, xenofobia y supremacismo. Que dirán que la inmersión
lingüística en la escuela es un acierto y se desquiciarán negando la existencia
de adoctrinamiento. Y que te piden con una sonrisa de Esfinge, pactado, lo que
antes no pudieron robarte, el derecho a decidir (que no podamos decidir todos
los que tenemos derecho a ello), al tiempo que lees en su mirada: “A ver cómo
te convenzo de que me des de grado, y a cambio de nada, lo que no he podido obtener
hasta ahora por la fuerza”.
Cuando al fin se llega al
argumento estrella (“No hay en España cárceles suficientes para encarcelarnos a
todos; no se puede encarcelar a todo un poble”),
reconoces que todo está perdido. Y eso
también es mentira. Hay cárceles de sobra, no hay un solo poble de Cataluña y prueba de que en España no existen presos
políticos es que hay entre uno y dos millones que pueden decirlo libremente sin
tener que ir a la cárcel. Votarán lo mismo, pero ninguno tendrá excusa ni podrá
decir: “Nosotros no sabíamos, nadie nos advirtió”. Ni siquiera los que no son
ni cultos ni formados ni informados. Están en el “si Cataluña no es para nosotros,
no será de nadie, y menos de España”. No se resignan a que la función acabe,
quieren cerrar el teatro, bloquear las puertas con los tractores, proseguir la
chirigota. Es posible, no obstante, que algunos de ellos, para sobrevivir, un día
reconozcan el daño causado y decidan tumbar su narcisismo en el diván del
psicoanalista, acomodando su relato. Y si quiero creer que esto sucederá es
porque algunos de ellos son mis amigos, aunque a días lo que le pida a uno el
cuerpo es lo que antes ya han hecho tres mil empresas de Cataluña: sacar mi
corazón de allí y ponerlo en otra parte. Quiero decir que a este paso todos
vamos a necesitar un diván. En un país democrático el problema no son las
cárceles, sino que no haya divanes suficientes para todos.
[Publicado en El País el 19 de diciembre de 2017]
Olvidan el pasado, miran con indiferencia el presente y temen el futuro. Decía Séneca que los que así actúan hacen que la vida sea más breve y llena de inquietudes. Ellos no actúan así; por el contrario, inventan un pasado que nunca existió, están arruinando un presente de libertades y democracia que se ha ido consolidando desde hace cuarenta años y están sembrando un futuro lleno de incertidumbres y amenazantes nubarrones negros. “Hace falta toda una vida para aprender a vivir”. Estos, después de cinco siglos, no han aprendido a vivir ni a convivir. “No he nacido para un solo rincón; mi patria es todo el mundo”. Que se lo digan a los “tíos de la vara”, siempre con ella en ristre defendiendo la causa, sin causa, de un montón de iluminados que quieren llevar a una región española al siglo XIV. “La razón trata de decidir lo que es justo; la cólera trata de que sea justo lo que ella ha decidido”. La cólera sectaria ya ha decidido y se ha cargado a la razón, creando un supuesto y alucinado “derecho a decidir”, que todos los españoles estamos dispuestos a acatar, con la siguiente matización: “derecho a decidir de todos los españoles”. Lucio Anneo Séneca era mucho más demócrata y sensato que los actuales caudillos de coleta y campanario.
RépondreSupprimerCuántos actores para representar a Valle-Inclan, todos igual de indignos y villanos, todos prestos a abjurar y renegar de lo que sea y no por ello pierden votos. Asombra tal grado de fanatismo y más aún que los catalanes homologables, después del modo infame en que fueron engañados, sigan entregando el timón al payaso belga. No pasa nada, todo vale, vivan las cadenas y los trileros.
RépondreSupprimerLas Caenas
SupprimerLo que tampoco habrá es suficientes camisas de fuerza para tanto cráneo ideológico con sueldo sustancioso.
RépondreSupprimerPero lo que yo quería ahora no es volver a la melancolía que trae hablar otra vez de los cerriles del noreste, sino todo la contrarío: desear aquí lo mejor y que donde se oyó aquella vez el ruiseñor lleguen ahora también las sutiles agopornias de Delibes, que tanto contrastan en sus vínculos de lealtad con esos cerriles.
Felices Fiestas.
Las agapornias.
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