LA ley de las estrellas de cine y de teatro, la que rige su trabajo y sus vidas, es a menudo una ley pugnaz y sórdida. Una máquina de picar carne tiene más nobleza, dignidad y corazón. Se sabía desde la noche de los tiempos, pero sólo ahora ha salido a la luz. Más de setenta mujeres han acusado públicamente de abusos sexuales a Harvey Weinstein, todopoderoso productor de cine. Casi una veintena de hombres ha hecho lo propio con el actor Kevin Spacey. Cuando ocurrieron tales hechos la mayor parte de las víctimas (muchas hoy conocidas actrices y actores) eran jóvenes y estaban en el inicio de sus carreras profesionales, y los ultrajadores eran personas poderosas, con influencia y prestigio suficientes como para imponer la segunda ley de las estrellas: la del silencio.
Uma Thurman no ha sido una de las primeras en romperla (antes lo hicieron Gwyneth Paltrow, Angelina Jolie o la exnovia de Tarantino Mira Sorvino), pero sí una de las que lo ha hecho de manera más amarga: “¡Feliz Acción de Gracias a todos! (excepto a ti, Harvey, y todos tus retorcidos conspiradores. Me alegro de que esté ocurriendo lentamente, no te mereces una bala)”. Al referirse a los “retorcidos conspiradores” aludía a Tarantino, quien después de haber escurrido el bulto para defender a su colega, no ha tenido otra que reconocer: “Sabía lo suficiente como para haber hecho más de lo que hice”.
Como ocurre a menudo, hay quienes han tratado de convertir a las víctimas, además, en culpables: “¿Y por qué no lo denunciaron antes, cuando ocurrió todo, hace diez, quince, veinte años?”. Naturalmente es una pregunta que puede responderse, pero no deja de ser una bajeza formulársela, y una insidia. Al contrario, las señoras Thurman, Paltrow, Jolie o Sorvino parecen estar dirigiéndose a las víctimas de ahora mismo, porque la de los abusos sexuales fue y es práctica común no sólo en Hollywood, ayer, sino en París, Roma, Delhi o Madrid, hoy mismo, ahora, y más allá del mundo del cine, allí donde hay un joven o una joven inseguros, con miedo a perder su trabajo o creyendo que podrán minimizar los daños (¿y quién, en su juventud, no ha podido cometer un error parecido alguna vez?), y allí donde haya un miserable que sólo puede obtener a la fuerza lo que no merece ni por compasión, esa bala.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 24 de diciembre de 2017]
La noticia produce estupor, pero ante estos descubrimientos no conviene ni escandalizarse en exceso ni incurrir en la caza de brujas indiscriminada. Me refiero a que alguna exageración habrá en todo esta empachosa información, por no decir directamente insidia y ganas de envenenar para satisfacer viejos rencores. Y tampoco será menor el número de aspirantes de variados casting que habrán ofrecido sexo sin el menor pudor para compensar su nulo talento. Hijas de Dalí y de otros adinerados, que de pronto no pueden vivir sin saber quién era su verdadero padre, vamos viendo que las hay por docenas. El día que se pida la exhumación de un pobre barrendero pondré los oídos atentos al desenlace y empezaré a darle crédito a esas pobres víctimas.
RépondreSupprimerComo todo en la vida, además de los malos ha habido muchos ""perversos/as inocentes" que han convertido al bueno en malo a base de ofrecerle exquisitas reinetas difíciles de rechazar. Y esa es otra realidad tan chistosa como presumir de ser incorruptible. La muerte tenía un precio, pero muchas veces la vida también y se entrega la dignidad por un puñado de dólares.
La hipocresía es como el enigma: burguesa por dentro, anarquista por fuera. Si quieres que te lo diga es...
RépondreSupprimerEn momentos de fragilidad afectiva, es peligroso confundir la regia amistad con otros usos. Sobre el tema, recomiendo el cuento "Juegos" de JCereijo.
SupprimerEso mismo nos preguntamos muchos: “¿Y por qué no lo denunciaron antes, cuando ocurrió todo, hace diez, quince, veinte años?”. Es duro decirlo, pero parece probable que fueran favores prestados, tú me das esto y yo te doy lo otro. Y ahora al cabo del tiempo, donde dije
RépondreSupprimerdigo dije diego, o similar. El mundo y la vida están inventados desde hace muchísimos años.
JFM, no sé si interesadamente, confunde el intercambio ("tú me das esto y yo te doy lo otro") con el ABUSO ("si quieres conseguir esto, yo, abusando de mi poder, te obligo a que pases por el aro"). Si usted no es capaz de ver la inmensa diferencia, ¡que Santa Lucía le conserve la vista!, como suele decirse.
SupprimerMe refiero cuando hay libertad de eleccion. Q santa Lucia le conserve la vista.
SupprimerAhi esta el quid de la cuestion. El trabajo, conseguirlo o el miedo a perderlo. Cuantas concesiones y humillaciones cuesta el pan que muchas personas se llevan a la boca. Pan o joyas..
RépondreSupprimerQuienes no son héroes (que los hay) para encarar por las bravas un abuso (o “denunciarlo en su momento”), suelen tolerar mejor la humillación, sin duda. Pero no son menos víctimas por ello. Ni el verdugo es menos culpable tampoco.
RépondreSupprimerPor otro lado y como ocurre con el maltrato doméstico, sicológico o físico (y sobre todo con la pederastia, de la que se habló recientemente aquí), es habitual que la víctima no sea del todo consciente de ser víctima (sobre todo cuando es más inmadura, y ojo: no solo son inmaduros los niños) hasta que pasa mucho tiempo. Eso el abusador lo sabe, y es una parte esencial de su estrategia ventajista (la otra es su posición de poder).
En todo caso, la huella (o más bien manoseo) emocional queda marcada desde el primer minuto. Y la víctima la sufre igual, aunque no pueda comprenderla bien desde el principio. En muchos casos no la asume hasta que va aflorando poco a poco (para mayor dolor suyo pero, por fortuna, también como terapia).