COINCIDEN hoy el último domingo del año con el día de san Silvestre. En estos doce meses cuántas cosas han sucedido. Las buenas de unos fueron malas para otros, y al revés. Al margen de esto, para mí será el año en que me puse a estudiar en serio la ciudad donde vivo desde hace más de cuarenta años. Ha sido provechoso. Lo decía Pla: si quieres saber de algo, escribe un libro.
El libro que yo escribo de Madrid, ¿cómo será?, ¿bueno, malo? Me ha permitido conocer de manera pormenorizada la historia del XIX, a medio camino siempre entre dramón y sainete. En El antiguo Madrid, de 1861, cifra Mesonero Romanos con fechas los avatares más sobresalientes: 1814, 1820, 1823, 1834, 1843, 1854 y 1856. Estas fechas, dice Mesoneros, “ le han dado a conocer al pueblo bajo, bien a su costa, que hay en la sociedad otra fuerza mayor que la fuerza numérica, y que han pasado los tiempos de los ignos y lairones, de las pititas y de los trágalas revolucionarios”. Parece escrito la semana pasada, aunque haya algunas palabras que ya apenas entendamos. Quedaban por conocer algunas otras fechas: 1868, 1874, 1898. Pero al español de 2017, ¿qué le dicen? Poco o nada. ¿Y qué le dirá a un español de dentro de doscientos años este 2017, año de trágalas y mambos?
Aunque escriba en Madrid mi artículo, y haya de hacerlo con antelación, espero estar leyéndolo, hoy, día de san Silvestre, en nuestro remoto confín de Extremadura, en un agro infinito de inmobles soledades. Cuánto silencio. Fuera se oye al viento enredado en las hojas plateadas de los olivos, en las hojas de bronce de una encina cercana. Ha roto a cantar un gallo. “Quiebran albores”. El canto de un gallo parece también quebrar este silencio, el aire. Es un canto a destiempo. Oímos atenuadas, invernales, las confidencias de unos pájaros. En un año tan declamatorio y esperpéntico como este, el patrón oro aquí es el silencio. El silencio es la salsa donde ha de hacerse, a fuego lento, el pensamiento. Qué extraño todo... Los que hace unas semanas me dijeron que eran distintos a mí porque esperaban ganarme, me aseguran ahora que somos iguales porque han perdido. ¿Y yo? Hoy, día de San Silvestre, trato sólo de no pensar, no pensar, no pensar, y ser uno con la Naturaleza, que puede ser oscura, pero nunca miente, al contrario de tantos que cuanto más claro parecen estar hablando, tanto más mienten.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 31 de diciembre de 2017]
Qué felicidad estar en ese rincón extremeño y olvidarse de todo esto que digo a continuación:
RépondreSupprimerParece que el mundo se acaba cuando está terminando el año. Prisas y ansiedades reflejadas en el rostro de las personas que invaden las calles; coches y personas, a punto de arrollarte en los pasos de cebra; el “todo mundo es bueno”, en las aglomeraciones, se convierte en codazos, pisotones, malos modos y atropellos de los demás en busca de regalos y hartazgos de comidas y bebidas (seguimos olvidando el suplicio de Tántalo). Es la “alegría” de estas entrañables fechas navideñas, aunque, con cierta frecuencia, la “Feliz Navidad” se transforme en frenéticas prisas nerviosas, colas, griterío innecesario, ruidos descontrolados y petardos a punto de “saltarte un ojo”. Una locura colectiva, que por fin se termina el día 7 de enero del año siguiente, con los bostezos de la “resaca” de la borrachera felizmente terminada. Desea uno que vuelvan la cordura y el sosiego; y los pocos valores, que van quedando, vuelvan a aflorar. Nunca mejor dicho: Feliz año nuevo.
También les deseo un Feliz nuevo año.
RépondreSupprimerPor descontado que, "al contrario de tantos que cuanto más claro parecen estar hablando, tanto más mienten", la Naturaleza nunca miente, por muy oscura que a veces sea. Pero, con sinceridad, no creo que la mejor forma humana de fundirse con ella sea tratar "sólo de no pensar, no pensar, no pensar", sino todo lo contrario: nuestra aportación específica a la Naturaleza es pensar con hondura, y sin patologías ni mentiras.
"No hay placer más complejo que el pensamiento y a él nos entregábamos". Sí, claro, Borges, pero sólo cabe hacerlo entre respiraciones, comidas, trabajos y caminatas; nunca para volatilizar las ideas, sino para intentar materializar la verdad, por ejemplo, en un libro sobre tu ciudad o en alguna otra obra verdadera realizada en cualquier cantera o polígono industrial que la rodean.
¡Ah!, otra cosa. Pienso que a cualquiera que escriba un libro sobre una ciudad, y más si lo hace, a veces, desde el campo, le vendrá bien el calibrador civilizatorio de distancias que aporta este estimulante párrafo:
RépondreSupprimer“Llegó el momento en que yo cortaba mi provisión de leña para el invierno con una sierra mecánica accionada con gasolina, instrumento que me aterra a pesar de haberlo usado durante ocho años. Era la culminación del deshielo primaveral, un lindo día soleado y francamente me sentía un poco Thoreau (un verdadero placer para mí que, aunque hace trece años que vivo en el campo, todavía calculo las bucólicas distancias en manzanas neoyorquinas).” J.D.S.
"Ser uno con la Naturaleza", igual que con las llamas de una chimenea, a mí también me induce a no pensar, no pensar.
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