EN la práctica del deporte muchas derrotas causan una cierta tristeza, por fortuna pasajera, y otras son además dolorosas, pero sólo unas pocas son homéricas, es decir, aquellas que, como sucede en la Ilíada, engrandecen por igual al vencedor y al vencido. Nadie puede asegurar que Aquiles o Héctor fuesen unos perdedores, por más que el destino les tuviese reservada la muerte en el campo de batalla. En la final de Wimbledon de este año, en verdad épica, como lo fue la de hace once años entre Nadal y Federer, ganó, como es sabido, Djokovic, pero no podemos decir que perdiese Federer.
Nadie hubiera podido expresarlo mejor que Toni Nadal, uno de esos raros sabios que adivinan donde otros hemos de deducir: “Francamente, antes de empezar el partido de esta increíble final de Wimbledon no me apetecía ver ganar a ninguno de los dos contrincantes. Creo que las razones son obvias. A medida que fue avanzando el encuentro, sin embargo, sobre todo en los últimos juegos del quinto set, no me apetecía ver perder a ninguno de los dos”.
En su crónica, Toni Nadal, que es un cronista generoso, dejó de mencionar la actitud del público de la pista central de Wimbledon, tan manifiestamente favorable a Federer como hostil a su adversario. Los aplausos para uno y los abucheos hacia el otro tenían a menudo un punto de arbitrariedad irritante. El caso es que cuando, contra todo pronóstico (llegó Federer a disponer de dos matchball con su servicio) y contra el mayoritario deseo de la grada ganó Djokovic, este lo celebró de una manera extraña. Se plantó en medio de la pista, miró desafiante a la grada con una sonrisa irónica, se puso en cuclillas y le vimos pellizcar el césped, arrancar unas briznas de hierba, llevárselas lentamente a la boca y empezar a masticarlas. Lo repitió dos veces. Suele hacerlo, pero esta vez sin dejar de mirar a la grada, atónita. Lo ha dicho uno alguna vez: Federer es la lírica, Nadal la épica y Djokovic el psicoanálisis. Es posible que este no tenga un estilo definido y propio de jugar, frente a Federer y Nadal que sí lo tienen, pero aun respetando aquel abismado gesto del jugador serbio (el público había dejado de serlo para pasar a ser sólo una turba maleducada), nos ayudó a todos a comprender que este Wimbledon será recordado tanto o más por quien lo perdió que por quien lo ganó.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 4 de agosto de 2019]