UNO de los libros más bonitos sobre esta ciudad, Vivir en Madrid, lo escribió un catalán, Luis Carandell. Se publicó en pleno franquismo, 1966, y no sabe uno cómo pasó la censura. Incluye un divertido glosario de modismos oídos en calles y tabernas: “Cabrón: Mala persona. Cabrón con pintas: Uno muy cabrón”. Repite la fórmula con Gilipollas, acaso una de las palabras más madrileñas: “Insulto que sugiere una variada gama que va desde la timidez y la intención hasta la fatuidad y la seriedad desproporcionada a las circunstancias. O sea, que es un gilipollas». Cuando llega a la voz Soplapollas, resume: «Gilipollas en grado sumo”. La vida y nuestras conversaciones están llenas de ambos modismos, con matices incluso jocosos.
Todos hemos asumido que la velocidad a que ha llegado la información y su propagación vertiginosa favorecen las mentiras. Mentiras banales o peligrosas, chismes o “revelaciones” presentadas como secretos de Estado. Ni wikipedia se libra (“mi” entrada estuvo años en manos de un enmascarado que la llenó de sesgos mal intencionados y medias verdades con pintas (peor que mentiras), y supongo que seguirá así, pero yo ya me he desentendido. ¿Para qué insistir?).
Durante las campañas electorales circulan muchas mentiras. En la última, dos muy abultadas: España es el segundo país, después de Camboya, con más fosas comunes (Montero e Iglesias) y el 70% de los integrantes de las manadas de violadores son extranjeros (Abascal). La primera la desmontó Arcadi Espada por k.o. y la segunda, diferentes medios. Mucha gente se preguntaría: “¿Cómo será posible que en España hubiera más asesinatos políticos que en la Urss o en China?” o “¿cómo ningún periódico informa de ese dato relevante de las manadas?”. En este caso porque es exactamente al revés: el 70% son españoles; y en el otro porque se trata de insinuar que el franquismo sigue mandando y Franco vive (y por eso se le ha desenterrado). Naturalmente ninguno de los mentirosos se ha defendido ni tampoco han reconocido públicamente sus embustes. Cuentan con la pereza, el cansancio o desinterés de la gente en conocer la verdad. Incluso con su buena fe: “¿Cómo van a mentirnos en algo tan grave?”, dirán, sin sospechar que por eso lo hacen: “miente con pintas, que algo queda”.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 8 de diciembre de 2019]
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