Se publica hoy en El País esta entrevista que nos hizo a Manuel Borrás y a mí Juan Cruz en El Espejo (como bien dice JCruz, parece que fuimos a buscar el sitio a propósito). El buen interlocutor, y JC. lo fue en grado máximo, nos hace ver las cosas más claras, y decirlas de una manera más sencilla. En efecto, el desplazamiento de la vida está en el origen de estos libros, y de todos, y su historia es precisamente la conquista de un lugar suyo propio, que no es otro que el propio libro, es decir, una vida propia, donde poder quedarse al fin ("hagamos tres tiendas", en palabras de Pedro el Pescador). Por ello quede constancia aquí de mi gratitud a él, y claro, a Manuel Borrás.
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Este editor tenía veinticinco años menos cuando el escritor que tiene enfrente le llevó un mamotreto con sus confesiones. Esa noche, el editor, Manuel Borrás, de Pre-Textos, no pudo dormir, pero no pensando en cómo rechazar el manuscrito sino pendiente de lo que al autor, Andrés Trapiello (León, 1953), le había pasado el año que tan minuciosamente relataba. Desde entonces no sólo son editor y autor sino que también amigos. En ese mundo de egos confrontados que es el universo de los libros eso puede ser milagroso. Los dos hablan de esa relación (y de los diarios) en un café, El Espejo, cuyo nombre parece adecuado para charlar sobre la literatura del yo.
Aquel primer volumen, El gato encerrado, se refería a las peripecias personales de Trapiello en 1987, y se publicó en 1990. Este último, el decimonoveno, trata de 2005. ¿Es un milagro, Borrás, tener a alguien tanto tiempo en el catálogo y además ser su amigo? “No suele ser común, sí. A veces consigues mantener esa amistad, otras no. Si eres leal, eres sincero. Y si aceptan la verdad, todo discurre sobre ruedas”. ¿Pero no ha tenido usted la tentación de decirle: ¡oye, basta de diarios!? ¿Qué pensó cuando le llegó este material? “¡Uf, aquel volumen! Él me había hablado de la existencia de unos diarios. Que se lo había propuesto a cinco editores y se lo habían rechazado. Yo sería el sexto en rechazarlo, me dijo”. A Trapiello los editores del rechazo le explicaron cómo tendría que haberlo hecho. “Son cartas que conservo porque me divierten; no sólo me lo rechazaban sino que, como dice Ferlosio, ¡venían con inri!”… Los libros no tienen por qué gustar a todo el mundo. Y no, no me importó que me dijeran que no. Yo he sido editor desde muy joven… Lo que les interesaba era justificarse quizá porque creían que yo era un autor complicado”.
¿Y usted por qué le dijo que sí, Borrás? “Cuando me fui a la cama, con el original, estaba agotado y me lo leí de un tirón. ¡800 folios! Lo malcrié porque si ahora me manda un tocho así seguro que no lo leo en una noche!”. ¿Y no echó usted de menos los nombres propios, que hubiera tanta X no le interrumpía la lectura? “¡Pero las adiviné todas!”. “Hay mucha gente”, dice Trapiello, “que me ha reprochado tanta X. A otra le da igual. Era un lector muy asiduo de los diarios de Stendhal y en ellos encontraba el escollo de los nombres propios. ¡No sabía nada de ellos!”. Así que optó por las X, “además porque no son unos diarios propiamente, sino que están concebidos como una novela porque salen cinco, seis, siete o diez años después de lo que se cuenta… Si se leyeran dentro de cincuenta años y estuvieran los nombres propios nadie se enteraría de quiénes son, así que para qué… Cada X representa un comportamiento, una conducta moral, el nombre real es en muchos casos secundario. Sólo cuando es significativo el nombre (‘X no cree en Dios’ no es el mismo que ‘el Papa no cree en Dios’)”.
El primer volumen tardó en venderse diez años. ¿Usted, Borrás, como editor, no cree que se venderían mejor si hubiera un índice de nombres propios? “No lo sé. Un diario no se puede vender como un best seller; en el caso de Andrés lo efectivísimo ha sido el boca-oído… Y no sólo se vendió mal la primera entrega, también la segunda, la tercera, la cuarta… Pero seguí publicando porque creo que la misión del editor es también creer en aquello que estás sometiendo a la intemperie de los otros. ¡Publico un libro porque a mí me ha servido!”.
Trapiello ha escrito ya más de diez mil páginas de diario, minuciosamente. En este nuevo volumen, Seré duda, declara muy pronto: “Yo es nadie”. ¿La vida de yo es nadie tiene diez mil páginas? “En algún momento ya he explicado que este tipo de libros los escribe una persona que tiene la sensación de que llega tarde al lugar de los hechos o que se va demasiado pronto de donde suceden las cosas, alguien que está desplazado social, literaria y políticamente, e intenta encontrar ser un encaje en todo ello”.
—¿De veras se siente usted desplazado?
—Personalmente sí. De arranque, este es un diario, aunque luego sea una verdadera novela. Vamos al diario justamente aquellos que salimos de una conversación con la sensación de teníamos que haberle dicho esto a alguien…, porque siempre se nos ocurre la respuesta dos horas después… No, no me siento desplazado; en una obra literaria el autor no se siente desplazado… Estoy muy a gusto en el diario, tal vez no en la vida, pero sí en estos libros.
—¿Y por qué no en la vida?
—Nadie está a gusto en la vida o lo está muy relativamente, muy barojianamente, porque todo está bien relativamente.
—¿Le cura este proceso de escribir?
—¡Me debe curar porque llevo diecinueve tomos!... Son remedios homeopáticos, no son de choque sino de mantenimiento; me mantienen más o menos en forma.
—¿Y usted nunca ha desfallecido, Manuel, como editor, publicando esos diecinueve tomos?
—En ningún momento. Andrés ha tenido dudas por los resultados en algún momento; es inherente a su temperamento y por el ímprobo esfuerzo que hace. Él ha causado con los diarios polémicas y sinsabores; a mi también me han dolido algunas de sus caricaturas, pero jamás le he puesto puertas al campo.
Foto. Jaime Villanueva |
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