Se hablaba aquí la semana pasada de la atracción que sentimos todos en periodos de crisis por la ficción. Cuando lo real es demasiado real necesitamos evadirnos, sí. ¿Pero qué es lo demasiado real? Si en una novela o película algo no nos convence, decimos: No me lo creo. Cuando nos sucede lo mismo en la realidad, exclamamos: ¡No me lo puedo creer! Y esto parece estar sucediendo en España: nadie puede creer lo que está pasando.
El caso es que no podemos vivir mucho tiempo sin creer en algo. De lo contrario nos desesperaríamos y acabaríamos tirándonos por un barranco. Puede uno vivir desesperado, desde luego, pero no sin esperanzas. Lo mejor sería hacer como si nada fuese real, es decir, como si todo esto fuese cuento, teatro. “La vida es sueño”, decía el Segismundo de Calderón. Claro que todos advertimos la diferencia entre proclamar que “la vida es sueño” o que “la vida es un sueño”. En el primer caso hablamos casi siempre de una pesadilla, y por eso querríamos despertarnos. En el segundo no querríamos hacerlo nunca.
La vida española de ahora no es precisamente “un sueño”, y sin embargo ha decidido uno si no seguir soñando, sí seguir durmiendo. Yo, ahora, leyendo Los otros rostros, un grueso tomo de artículos de Cunquiero. Los escribió de 1975 a 1981, los últimos años de su vida, en la revista Sábado Gráfico. Son extraordinarios. Muchos de ellos, obras maestras de amenidad y finura. Miro con curiosidad lo que escribió durante la agonía, muerte y entierro de Franco. España andaba entonces trastornada de realidad. Él escribió, imperturbable, de sus temas de siempre: fantasmas ingleses y galaicos y el tangueiro de Mondoñedo, el modo de preparar una lamprea o la sublime visión de las estrellas en la costa de Finisterre. Ni la menor mención a aquel acontecimiento. Cuando se publicaron esos artículos andábamos muchos algo atribulados por las cosas de España. Las cosas de España siempre nos han traído un poco a mal traer. Cunqueiro, sin embargo, logró que la ficción fuese algo real, y nos creemos todo lo que nos cuenta, por fantástico que resulte. Cuarenta años después su ficción es la nuestra. Lo leemos arrobados ahora, y confiamos, sí, en que al cerrar el libro lo real no quiera seguir siendo la mala ficción que viene siendo.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 7 de febrero de 2016]
El sueño de la razón no engendra monstruos, los monstruos so hijos de la Iglesia y de la burguesía, ellos han creado esta realidad, pero la realidad siempre fue monstruosa. Hace 100 años nació dada, y ¿ somos dadas y no nos hemos enterado ?, Einstein y el Freud acabaron con con el anarquismo y la realidad vista con serenidad al poner en el tapete la bomba y el mundo de los sueños ( la bomba átomica es un producto burgués ).
RépondreSupprimerEs más fácil imaginar lo malo que lo bueno, y somos imagionistas. En el origen de los tiempos el humano no distinguía el sueño de la realidad, cuando lo disoció nace el arte y la creencia de que estamos a mitad de camino entre Dios y una piedra.
Si pensamos que Podemos o incluso proyectos que nos resultan abyectos son fruto de una sociedad en trance de muerte : nos equivocaremos aunque el trance sea real ( no es lo mismo realidad que verdad, ya que la esperanza e incluso el deseo están en juego ).
Solo hemos visto el NODO, toca proyectar una de George G Romero.
RépondreSupprimerCunqueiro era un fino cronista que a la vez sabía ponerle distancia a los acontecimientos sin derramar demasiada acidez, si acaso la de un ribeiro bebido a tragos lentos. Sería curioso tenerlo ahora con nosotros y disfrutar con la ironía que le dedicaría a estos tiempos dignos del mejor Piranesi.
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