EN la misma semana estos dos titulares: “La vigilia de los veganos que consuelan a los cerdos en el matadero: «Te queremos»” y “El profesor de Oxford que vivió como una nutria y comió lombrices para entender a los animales”. Al primero le acompañaba la foto de una muchacha que acariciaba el morro de un guarro (con perdón, diría Sancho Panza). En la fotografía del segundo se veía al profesor en posición fetal, sobre la hojarasca de un bosque: “Ser una nutria es como estar colocado de speed”, declaró.
Acaso no sea uno la persona adecuada para glosar estas dos noticias. Que Savater sacase en las últimas elecciones menos votos para el senado que los del partido animalista es algo demasiado desolador y humillante como para haberlo olvidado (y perdonado).
Si los veganos han decidido hacer tales vigilias, es, primero, porque creen que los cerdos son conscientes de la muerte, algo que distinguía hasta hoy a los humanos de todos los animales, y, segundo, porque acaso esperan que el suyo sea un amor correspondido; lo decía Baroja: “en el sexo acaba apareciendo el mono, el cerdo”. Desde antiguo el hombre ha encontrado en los animales modelos de conducta o ejemplos execrables (desde el “hermano lobo” de San Francisco al “eres una ladilla”), pero nunca se había llegado tan lejos al considerar a los animales “víctimas”, ni siquiera en las religiones que los consideran sagrados.
Lo de ser una nutria, por suerte, queda en el lado de la ficción, en la ilusión de ser otro. Es improbable que las nutrias le hayan contado al profesor cómo se sienten, pero agradecemos la sinceridad de este al confesarnos que él ha pasado de sentirse nutria a ser nutria. Claro que como con speed, tengo entendido, puede uno llegar a sentir cualquier cosa, igual que las brujas que se untaban las axilas con estramonio, no debemos tampoco darle mucha importancia a sus sentimientos. Por mi parte, constato con desolación que llevo comiendo toda la vida pollo, sin que hasta la fecha eso me haya ayudado gran cosa a “comprender” a los pollos. Porque entenderlos los entiendo, pero comprenderlos no. Al contrario de lo que le pasa a uno con los veganos y con ese profesor, que no acabo aún de entenderlos ni comprenderlos.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 10 de marzo de 2019]
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