Podría pensarse, con este título, que hablábamos de los trajes que hicieron dimitir al presidente de la comunidad valenciana, después de que su jefe le pidiera declararse culpable y pese a que llevara dos años declarándolo inocente. No, por una vez, no se trata de una metáfora, sino de la verdadera y clásica Antología del disparate que preparó hace más de cincuenta años el profesor Luis Díez Jiménez con las respuestas de algunos de sus alumnos de bachillerato.
Es agosto. Muchos de los que lean esta página estarán disfrutando de sus vacaciones. ¿Le permitirán a uno que por una vez desatendamos los problemas del mundo, para tratar de arrancarle al lector una sonrisa chaplinesca? Pues si algo tienen en común el profesor Díez y Chaplin es eso: no se ríen de nadie. Al contrario, con qué seriedad buscan ese humor común a todos: no se ríen de, sino con, y eso hace que su humor no sea jamás lesivo ni agrio. Pues, ¿y quién no disparató de niño, quién no creyó que el célebre estribillo de la canción de la tuna “No te enamores, compostelana”, no era, como suponía, “No te enamores con porcelana”?
Un ejemplar de esta Antología, prestado hace años, ha vuelto al redil, con algunas de las respuestas punteadas entonces. ¿Siguen haciéndonos gracia? Algunas tienen sesenta años. El humor es extraño. A menudo, pasado el tiempo, lo que nos hizo sonreír, y aun reír, nos impacienta y aburre. Para nuestra alegría, no es el caso, quizá porque descubrimos que muchos de estos disparates están muy cerca ya de la poesía, de la filosofía: “Porosidad: los cuerpos están orgullosos de poseer un lugar en el espacio”. O del surrealismo de El Bosco: “Un parásito interno del hombre: el langostino”; “Un anfibio: el marrano”; “Anfibios: son los que maman, por ejemplo la burra”; “Ejemplo de anfibio: el cacahuete”; “Parasitismo: es belleza ver a las hormigas ordeñando a los pulgones”; O de la sociología: “”El oído interno: es el que tiene más “jaleo” de todos”; “Oído medio: sirve para oír lo que dicen los ausentes”; “De las posesiones de Portugal en Asia me parece que con tanto jaleo ya no le queda nada”. Por no hablar de aquellas respuestas que pasarían hoy por alta literatura. ¿Cómo no acordarnos de Javier Marías al leer esto: “No conozco ninguna oruga perjudicial, o sencillamente a lo mejor he visto alguna y a mi modo de ver no era perjudicial”? Otras veces todo es más sencillo: “El aparato digestivo del león se diferencia del de la vaca en que mientras el león es un animal salvaje que sólo produce muertes y percances, la vaca es casera y muy aprovechada”; o “El calamar se llama así porque cala los mares”. El inicio de esta redacción, ¿cuántos no lo envidiarían? Yo mismo: “El primer día del Génesis. Ese día estaba yo en mi casa...”. Y con algunas definiciones no podríamos estar más de acuerdo: “Acto involuntario es matar o hacer daño al que le ofende o martiriza”. Sí, es agosto. Estamos de vacaciones, cuando disminuyen los actos involuntarios, pero tememos, que al regresar al mundo de la seriedad, en el nuevo curso, estos vuelvan a proliferar peligrosamente, inducidos por los mismos sastres. Volverán a ofendernos, volverán a martirizarnos. Esto es cosa segura.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 14 de agosto de 2011]
Dímelo a mí, parodiando a Thomas de Quincey, empecé dejando para mañana lo que podía hacer hoy, y acabé extraviando los imperdibles.
RépondreSupprimerEn algunos casos serán fruto de la inventiva concentrada del ignorante desesperado, en otras la convencida noción errática del un despistado, en otras una irónica reticencia del estudiante sin resignación, en otras el humor irreprensible y procaz, en todas una antología del laberinto del lenguaje sin la conveniente formación para salir de él.
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