CRECEN en las cunetas de algunas carreteras comarcales de León, al pie de las viejas y derruidas paredes de adobe de esos pueblos fantasmales que dejamos atrás, a veces en medio de los prados abandonados. Tienen esa tristeza incurable de las flores que naciendo sin savia reciben el nombre de siemprevivas, y quizá por ello la naturaleza, que les privó de verdadera juventud, quiso concederlas la inmortalidad, flores de cementerio. Como visita el rocío a rosas y azucenas unas horas, el polvo las va vistiendo a estas a todas horas, haciendo de la eternidad algo muy fatigoso. No puede afirmarse que sus colores sean apagados porque llegaran a este mundo sin luz: ¿quién diría que esos amarillos no han volado alguna vez en el pecho de un jilguero? Las hemos visto al pasar, antes de seguir nuestro camino, contagiando al paisaje con su fatiga. Al acercarnos, sin embargo, y sólo por gratitud, se abrieron para nosotros, desplegándose como hacen las altas columnas en la bóveda de una catedral. Su verdadero y hermoso florecer estaba debajo, a hurto de todas las miradas, en el mayor silencio. Fue un instante tan sólo, y al poco eran un vago recuerdo en un rincón del espejo retrovisor del coche, como acaso lo seamos todos un día en el espejo retrovisor del mundo. Únicamente nos falta su nombre verdadero, y si como el del asfódelo permite a los muertos hacérsenos visibles, el suyo acaso nos hiciera felices.
Siempre pensé que en lugar de siemprevivas deberían llamarse siempremuertas.
RépondreSupprimerUna entrada preciosa.Gracias.
Dice uno que te pararías un instante al menos para hacer la foto ¿o no?
RépondreSupprimerQué hermoso ramillete de palabras amarillas su ikebana poético, ay, las tildes como gotas de rocío... Gracias por regalarnos tal melancolía antes de acostarme en mi hemisferio. Mañana vendré de nuevo a oler sus colores...
RépondreSupprimersaludos
Pau Llanes
Gracias por este texto. Casi siempre todo lo que se queda en las cunetas atesora una desapercibida belleza, que por no manchada por las pompas del jabón de las masivas autopistas del triunfo, en cuanto las soplas el polvo, relucen en su olvidada dignidad. Las personas, también. Necesitan, ay, quien les sople, quien las de un nombre bajo el sol de las mismas cunetas, que es éste allí también más humilde e íntimo.
RépondreSupprimerMe gustan las siemprevivas, me recuerdan a mi abuela, porque fue ella la que me enseñó el nombre de tantas flores que crecen en las cunetas y en los campos de León, el nombre auténtico, el nombre que dan las abuelas a las flores.
RépondreSupprimerAndrés, no tiene que ver con la entrada de hoy pero no he podido resistirme a comentarle esto.
RépondreSupprimer"Sala de despedida (habitación acristalada que da la oportunidad a los familiares más íntimos de ver la introducción del ataúd en el horno)". Lo he leído en la página web de un tanatorio y de entrada, me ha causado impresión; después, ya no sé... David Fdez.
Me encanta esta entrada, es muy poética...
RépondreSupprimerPosiblemente sea la Milenramma del género Achillea, yo hago ramos todos los años con estas bonitas flores y las pongo a secar boca abajo, duran muchísimo por eso posiblemente también la llaman Siempreviva.
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