DEJEMOS para otro día la última fantasía de José Luis Rodríguez Zapatero, queriendo pactar con el Vaticano el futuro del Valle de los Caídos, tan inaudita como consultar al verdugo sobre la reparación de sus víctimas, pues no debería olvidarse que aquella Iglesia, y la basílica, se levantaron precisamente sobre cadáveres que la misma Iglesia llevó al pudridero, o asesinados por aquellos que ella bendijo, en una guerra a la que dieron el nombre de Cruzada (y sí, tampoco olvidamos los entre ocho y doce mil clérigos asesinados por los republicanos, e independientemente de que la posición de la Iglesia hoy sea todo lo razonable que cabe esperar en una institución que aún no ha condenado aquella sublevación en la que participó de una manera tan activa).
Dejémoslo, pues, y vengámonos… a lo de ayer.
Y lo de ayer era que le contaba uno a Carlos García-Alix el estupor que le había causado oír en rtve al historiador Paul Preston afirmar con cachaza británica que la diferencia entre uno y otro bando en la guerra civil consistió en que mientras en el bando sublevado la represión y los asesinatos estuvieron organizados por el poder y sus élites, en el lado republicano fueron sólo manifestación espontánea e incontrolada de sujetos de la peor ralea.
Creía uno apuntada suficientemente, en Las armas y las letras, la responsabilidad que tuvieron en los paseos y asesinatos incontrolados publicaciones oficiales como El mono azul, y sus élites intelectuales, y G.-A., con su memoria prodigiosa, nos recordó el episodio contado por María Casares en sus un tanto apelmazadas y autocomplacientes memorias (Residente privilegiada, 1981). Su madre y ella son conducidas, como cada mañana, en esos primeros días de la guerra, al Instituto Oftálmico, donde trabajan como enfermeras voluntarias. Van en el coche oficial que su marido, Casares Quiroga, tiene a su disposición. El mecánico ("se llamaba Paco, como el potro árabe que mi padre me había regalado en Montrove") pide disculpas, por las manchas de sangre: “Paseamos a un chico al amanecer y no me dio tiempo a limpiar, perdonen”.
Pruebas de la participación y el consentimiento “real” en los asesinatos (salidos de las checas o de los tribunales populares que les siguieron), por parte de los partidos de izquierda y de muchos organismos oficiales republicanos, hay, como diría un castizo, para aburrir. Se lo recordó a Preston Jorge Martínez Reverte en un artículo magnífico, y debería animarse C.G.-A., acaso la persona más sensible hoy en España escudriñando los detalles exactos. La carta de este que siguió a nuestra conversación así lo anuncia:
“A Calvo Sotelo, dice Preston, lo mató "un guardia de asalto". En su relato todos los que iban en esa camioneta eran Guardias, pero se “olvida” de los paisanos. Nada por tanto de Garcés, o de Victoriano Cuenca, de "la motorizada del PSOE", que le disparó a Calvo Sotelo los dos tiros en la nuca. Preston, biógrafo de la Nelken, calla que en la misma camioneta de "Calvo Sotelo" iba también José del Rey, este sí guardia de asalto y escolta-amante de Margarita en aquellos días. Por eso el jefe de aquella expedición, el capitán de la Guardia Civil Fernando Condés, que iba sentado en la camioneta en el mismo banco que José del Rey, durmió después del crimen, para pasmo de J. Simeon Vidarte que lo contó en sus memorias, en la casa de la Nelken. En la habitación de invitados. Y estos y otros lances siniestros e inolvidables de la Nelken con el cuerpo de la Guardia de Asalto, o de los jefes de Gobernación con los asesinos, o los resultados de la investigación que realizó el comisario Antonio Lino por encargo del gobierno republicano, son absolutamente silenciados”.
“A Calvo Sotelo, dice Preston, lo mató "un guardia de asalto". En su relato todos los que iban en esa camioneta eran Guardias, pero se “olvida” de los paisanos. Nada por tanto de Garcés, o de Victoriano Cuenca, de "la motorizada del PSOE", que le disparó a Calvo Sotelo los dos tiros en la nuca. Preston, biógrafo de la Nelken, calla que en la misma camioneta de "Calvo Sotelo" iba también José del Rey, este sí guardia de asalto y escolta-amante de Margarita en aquellos días. Por eso el jefe de aquella expedición, el capitán de la Guardia Civil Fernando Condés, que iba sentado en la camioneta en el mismo banco que José del Rey, durmió después del crimen, para pasmo de J. Simeon Vidarte que lo contó en sus memorias, en la casa de la Nelken. En la habitación de invitados. Y estos y otros lances siniestros e inolvidables de la Nelken con el cuerpo de la Guardia de Asalto, o de los jefes de Gobernación con los asesinos, o los resultados de la investigación que realizó el comisario Antonio Lino por encargo del gobierno republicano, son absolutamente silenciados”.
Por eso, decíamos antes, es más necesario que nunca empezar a escribir una verdadera historia de la guerra civil, antes de que se nos olviden quiénes estaban detrás del Valle de los Caídos o al lado de las checas de Madrid, dejándonos a los pies de la épica, brioso corcel hegeliano.
(Foto: El Rastro, 2010)
(Foto: El Rastro, 2010)
Y el capitán Condés no se llamaba, como dice Preston, Francisco, sino Fernando, y el teniente Castillo estaba sentenciado no solo por ser instructor de "la motorizada" , como tanto se ha repetido, sino sobre todo por su papel en una manifestación derechista celebrada en Madrid contra el asesinato del alférez de la Guardia Civil De los Reyes, y en esa manifestación guardias de asalto bajo su mando mataron al falangista Andrés Sáenz de Heredia, primo de José Antonio, y el propio Castillo hirió de gravedad de un disparo al joven requeté José Llaguno Acha. Y parece ser que fueron los compañeros de éste los que asesinaron a castillo la puerta de su casa en la calle Augusto Figueroa.
RépondreSupprimerY discúlpame que sea tan prolijo , pero resulta descorazonador ver con cuanto detalle trata Prestón el terror de los militares golpistas y sus acólitos de todo pelaje y como cuando habla del "otro bando", del otro terror, abundan las generalidades y lo que es peor los errores. Otro detalle errado, Amor Nuño no murió de una paliza en la Dirección General de Seguridad al acabar la guerra sino que fue juzgado y condenado a muerte. Se le fusiló contra las tapias del cementerio del Este el 17 de julio de 1940.
Y el relato de Preston sobre Paracuellos, al igual que sucede con la checa de fomento, contiene graves inexactitudes que merecerían una respuesta muy detallada. Pero tal vez no sea este el lugar para ello.
Recuerdo cuando me leí un libro de Preston, empecé bien, fui bajando el ritmo y, al final, lo terminé con desesperanza.
RépondreSupprimerY aún así cada día se reafirma en sus afirmaciones diciéndonos su versión de los hechos.
Un blog fantástico, enhorabuena
Es incomprensible comparar dos crímenes como el de Castillo y el de Calvo. Sé mire por donde se miré la policía fue victima del asesinato del líder de la oposición, algo inaudito y que refleja el carácter no democrático de ese régimen. Muy recomendable leer el relato de Enriqueta Calvo Sotelo, hija del asesinado, hecho desde el perdón y la esperanza.
RépondreSupprimerMuy de acuerdo señor Trapiello en que es hora de hacer una historia verdadera de la Guerra Civil, aunque para aquellos que tengan curiosidad y un espíritu libre es fácil por la abundancia de material, tanto bueno como malo.