“Macron ha gastado 26000 euros en maquillaje durante los primeros cien días de su mandato”. La noticia, circulada en todos los periódicos del mundo, ha producido consternación en Francia. De haberse publicado el 28 de diciembre, se habría tomado por una inocentada. No hay en ella un átomo de ficción, sin embargo. El Elíseo se ha hecho cargo de la factura y ha prometido reducirla. Sarkozy pagaba 8000 euros ¡al mes! a su maquilladora, Holland redujo esa cantidad a 6000 y ahora sabemos que Macron la ha subido a casi 9000. No puede ser.
Vaya que sí. El maquillaje es parte de la política actual. No sabemos cuál fue la cuenta que le pasó su dentista a otro presidente francés, François Mitterand, pero hasta que este no se limó las puntas de sus caninos, que le daban un preocupante parecido con el conde Drácula, no ganó las elecciones presidenciales. Entendemos, no obstante, que los franceses hayan empalidecido con la noticia. Macron, presentado como salvador no sólo de Francia, sino de Europa, devolvió a la actualidad el nombre de Napoleón, pero nadie puede imaginar que este usara sombra de ojos ni siquiera el día de su coronación como emperador.
La política ha cambiado. Lo que gasta Macron en polvos de arroz es menos que lo que pasa Trump a su peluquero o lo que paga Putin al que le suministra los esteroides. Seguro. La propaganda es el maquillaje de la política, y el maquillaje, lo que hace que no parezca propaganda. Basta mirar la infografía nazi y soviética, indistinguible; hasta el mensaje a menudo era el mismo. Durante la guerra civil española un joven pintor se enfrentó con el entonces todopoderoso Director General de Bellas Artes, un feroz estalinista, a cuenta de los carteles que se estaban haciendo. Al joven le parecía triste que se defendiera a la República como el que anuncia jabón o nitratos de Chile. Para él eso encerraba una mentira y un fraude. Pero así es la propaganda, así es el maquillaje, así es la mala política. Apariencias y espectáculo. Resultaba difícil entender que se aplaudiera el paso de los féretros con víctimas de Eta, y ahora, que se frivolice una manifestación antiterrorista con reclamos y logos que parecen de una agencia de viajes publicitando una ciudad. Porque en algunas cosas importantes (un acto de duelo, por ejemplo) la propaganda, el diseño y el maquillaje salen sobrando.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 24 de septiembre de 2017]
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