LA vida ambulante nos llevó durante seis días a Alicante y Murcia, y de ellos han quedado, como el polvo de las alas de una mariposa en los dedos de este almanaque, unas cuantas fotografías, que irán apareciendo aquí en los próximos días, sin otro comentario.
El coloquio de Alicante y la conferencia de Murcia, que tan buenos momentos nos trajeron por lo demás, le han dejado a uno con ganas de mirar el mundo, únicamente mirarlo, ya que se diría que las manchas que nos echamos encima con nuestras propias palabras, sólo salen con silencio. Me refiero a que no acaba uno de entender por qué, si uno es escritor, ha de circularse como hablador. De ahí que comprendamos tan bien a Larra cuando, cansado de su nombre también, dio en llamarse "El pobrecito hablador".
Alicante, 15 y 16 de marzo de 2013. Vista desde el hotel. |
El nada rico escritor
RépondreSupprimerno asume bien la riberza (*)
del pobrecito hablador.
Qué difícil siempre hacer
que el hacer de los haberes
rime bien con nuestro ser.
(*) Quería fusionar RIqueza y poBREZA. Pero mal mecanógrafo (E y R juntas en el teclado), en lugar de RIBREZA salió RIBERZA. Por si fusiona mejor buen hotel y discreto desencanto del pobrecito hablador, respeto la berza. (Buen par de fotos. Todo siempre igual y distinto. Usted quiso ver el barquito que había: como el morro, encendió las luces y se quedó).
"Nuestras palabras sólo expresan hechos, del mismo modo que una taza de té sólo podrá contener el volumen de agua propio de una taza de té por más que se vierta un litro en ella". L.WITTGENSTEIN.
Supprimer***
Qué difícil traducir
a palabra el pensamiento.
Algo tiene que morir.
Ardua tarea lograr
que pensamiento y palabra
no se extrañen al hablar.
Dijo Wittgenstein muy claro:
El pobrecito hablador
es muy superior callado.
El escritor, cuando habla, suele empeorar lo que ha escrito. (ANDRÉS TRAPIELLO)
RépondreSupprimerNo me gusta dar conferencias, charlas. Yo soy escritor por escrito. (BIOY CASARES)
En general, una está acostumbrada a leer páginas deslumbrantes de autores y tiende a creer que, cuando esas personas hablan, lo harán igual que cuando escriben: con el mismo estilo, con el mismo ritmo, con la misma cadencia... Y no, claro. Lo cual suele ser muy decepcionante.
Salvando las distancias, me ocurre como cuando aprendí inglés. Yo estaba acostumbrada a la música maravillosa de Beatles y otros grupos. Y como no entendía las letras, pues la voz era como un intrumento musical más: algo que se fusionaba con la música. Por otro lado, cuando aprendí inglés esperaba que las letras estarían a la altura de las músicas. De modo que quedé terriblemente defraudada cuando empecé a entender las letras: tan malas, tan llenas de ripios, tópicos y lugares comunes. Desde entonces, esas canciones me gustan menos. Así que salí perdiendo al entender la letra, pues me gustaban más cuando no las entendía. (He de reconocer que soy rara.)
"Las voces paganas de los pájaros".
RépondreSupprimerE. Canetti.
La oratoria forma parte de la literatura , un escritor pone en un libro sus mejores ideas ideas escogidas entre muchas , otra cosa es el contenido de coloquios o conferencias . En principio hay necesidad de generar lectores por lo que los escritores profesionales deban promocionar la lectura o con el tiempo muy pocos podrán holgadamente vivir del oficio , los escritores deberían dar conferencias en institutos por amor al arte , seria algo demostrativo de que no bailan la cuerda del capital . Aunque no todos son marionetas y hay quien escribe post originales gratis , claro que si los lectores de post no colaboran con comentarios el autor es lógico que corte el suministro literario gratuito . En fin para aprender se necesita quien te enseñe y la labor de AT ahí está .
RépondreSupprimerSaludos
[INCLEMENCIAS DEL TIEMPO una hermosa mañana en un instituto de Badajoz (1996). El duro amor al arte de un pobrecito hablador.]
Supprimer[...] AL DÍA SIGUIENTE me llevaron a un lugar extraño de la ciudad, como un polideportivo. Había amanecido un día precioso, completamente azul, con el aire pasado por el más fino tamiz, y ya no me acordaba nada del día anterior. Me limitaba a ponerme torero, y me decía, nada, hay que pasar el trago. Doscientos muchachos y muchachas de no sé que curso de todos los institutos de formación profesional, un ejército de animales sin doma con espinillas en la cara, gallos en la garganta y espolones, para los machos, en sus patosos donaires. Al entrar, la mayoría se lanzaban pelotas de papel, muchos estaban levantados y se pavoneaban delante de las chicas, pasando a su lado para sacar tajada, pero las chicas a su vez los mantenían a raya sacando las tetas por delante, como petos, lo cual a los mozos aún les ponía más fuera de sí y les obligaba a hacer tonterías y gansadas de las que se reían ellos mismos como asnos. Nunca había leído uno sus poemas a tanta gente, y estaba cohibido. Las risotadas, los rebuznos, las coces no tenían término. Subió una profesora al estrado, se puso junto a mí y esbozó una presentación, que abrevió cuanto pudo, porque la gente seguía alborotada, y amenazaba con tirarle las pelotas de papel directamente a la cabeza. Los gritos pasaron a murmullos y cuchicheos, las pelotas de papel menguaron a pelotillas, pero los vuelos, en cambio, se hicieron más incisivos, y en cuanto a la atención, se podría decir que un puñado de moscas, comparado con aquello, se hubiera mostrado más disciplinado. Los pensamientos que se cruzaban por la cabeza lo hacían a una velocidad de vértigo, y yo mismo me mareaba un poco: por qué habrás venido, cómo los harás callar, no voy a poder gritar a tanta gente, cómo se podrá recitar poemas íntimos a gritos, y aquel animal de allí, por qué no lo callarán, por qué dije que sí...
Mucho antes de que me diera cuenta, la presentadora había salido huyendo, para no tener que enfrentarse a la horda. De momento dejé pasar unos treinta segundos sin decir nada, esperando que cesara el moscardoneo por sí solo, desangrado de su savia, y de hecho poco a poco fue apagándose, pero sin extinguirse el todo. Doscientos o trescientos bárbaros eran demasiados. Quizá me hice la ilusión de que por un momento se amansaran, como las fieras ante la visión de la lira. Faltaba mucho para llegar a un silencio razonable y más o menos satisfactorio, pero cuando me convencí de que podía pasarme allí toda la mañana sin lograrlo, empecé a hablar. Fue la señal: los murmullos, el cachondeo, las risas, las pelotillas empezaron a circular de nuevo por el aforo con una excitación bursátil. Parecían todos esperar que me derrumbase de un momento a otro. Antes de entrar, alguien me había advertido de que la mayoría de aquellos chicos no había leído nunca un libro. ¿Qué hacía entonces yo allí leyendo poesía? No, me instruyeron, es para darles una oportunidad, para que la cultura no pase siempre de largo por delante de ellos. Me di cuenta de que era tarde para echarse atrás, pero no me quedé sin decirle a esa persona que leerles poesía iba a ser como si yo fuera físico y les diera una conferencia sobre el átomo. No es lo mismo, me replicaron. No es lo mismo, es la frase que más gusta cuando se ha dejado de tener razón: muchos de aquellos chicos no habían leído un libro en su vida, pero en cambio se juzga muy formativo que un poeta les lea sus versos, con la esperanza de que al menos a alguno de ellos se le revele en ese momento la Verdad y la Belleza, con caída de caballo incluida, y pueda redimirse de la brutalidad de una vida sin sentido. (...)
(…) No llevaba ni diez minutos leyendo cuando tuve que interrumpir la lectura. Levanté los ojos del libro y le dije todo lo serio de que fui capaz, sin levantar la voz, en un susurro, con cara de pocos, muy pocos amigos: Yo aquí no estoy por gusto y seguramente vosotros tampoco, y si hubiera sabido de qué iba esto, no estaría leyendo mis poemas, así que os pido que no me jodáis más, aguantad diez minutos en silencio y entonces podremos irnos todos a casa, que es de donde uno no tenía que haber salido.
SupprimerNo debieron esperar una confesión de esa naturaleza y seguramente, sacudidos por el joder, pensaron que ese no era el modo de hablar de un poeta. Creo que fue esa palabra la única que reconocieron. También debieron de pensar que estaba loco o que gastaba muy malas pulgas, pero surtió efecto. Se hizo un silencio sin fisuras, como la presa de un gran embalse. No se oían ni las respiraciones. Quizá pensaron que si era capaz de conjugar el verbo joder de esa manera y en público, podría ir armado y liarme a tiros en cualquier momento. A los diez minutos dimos por cerrado el experimento pedagógico y salieron de allí corriendo, como si les hubieran rociado el trasero con gasolina.
Pese a que afuera seguía luciendo el sol, y con más fuerza aún, yo me decía por dentro un tanto mohíno, ole, ole, ahora a comerse unas mollejas y a tomarse una caña, que la poesía es eso, alegría, amistad, comunicación.
Pensamiento vacío, cháchara pragmática. Sólo la palabra propia, poética, nace sin traicionarse.
RépondreSupprimerEstá claro que hay pensamientos y aforismos que son un retruécano . La poesia es un fin en si mismo , un divertimento que no ayuda a las personas o es algo que nos ayuda a conocernos a nosotros mismos . Se escribe por una necesidad interna y difícilmente se puede concebir una idea que otro no haya tenido aunque creas se te ocurrió a ti y tambien es una manera de conocerse mejor , los mensajes a la larga siempre influyen y un escritor cuando escribe la verdad misma y sitúa los problemas nunca puede ser demagógico . Los coloquios me gustan por la autenticidad añadida .
RépondreSupprimerUn saludo