SON los crepúsculos más serenos y silenciosos del año. Acaso los más hermosos de todos. El aire se impregna de los perfumes del otoño, cosechados en los azúcares tardíos, los cielos adquieren un peso y una gravedad que no tienen en ninguna otra estación y vencejos y golondrinas, que iban y venían por ellos como si patinaran llenándolos de sus chiídos alegres, los dejan como un palimpsesto, listos para que el invierno escriba en ellos sus estrofas más breves.
En el poste que malamente se ve en estas fotografías que tanto tienen de aguafuertes (una prueba de estado y una prueba de artista), se han ido posando sucesivamente golondrinas, torcaces, rabilargos y ayer ese mochuelo. ¿Qué tienen esas aves nocturnas que tanto nos intrigan? ¿Es la noche que viene con ellas, la serenidad con la que miran un mundo que raramente es sereno, el silencio que subraya a veces su monótono y entrecortado cántico, como si lo cosieran con su triste hilván a las tinieblas? Llegó nuestro mochuelo en el mayor sigilo, estuvo a nuestro lado como sólo lo están los dioses de basalto. Su hieratismo nos enseñó que la atención es la forma menos ruidosa de la inteligencia, atento él a un acontecer extraño y prodigioso nacido de la mayor quietud y del paso del tiempo.
Las Viñas, 16 de septiembre de 2012. Sin y con flash. Réparese en su ojo de oro. |
Desde que mis oídos me impusieron que el silencio de la noche fuera más un castigo que un premio tengo que hacer un gran esfuerzo para comprender la aberración de estar necesitado de ruido, a ser posible el sucio de una radio mal sintonizada.
RépondreSupprimerLo que leo de AT me recuerda a sensaciones casi olvidadas, cuando la paz estaba al alcance de la simple voluntad de fundirme con los vacíos de la naturaleza o se reducía a muy baratos diez minutos con los ojos cerrados.
El texto es precioso.
RépondreSupprimerpor donde yo vivo los crepúsculos son ahora vertiginosos, atiborrados de una melancolía fucsia en degradé por el verano que se extingue... el ojo de ese mochuelo contemplativo casi hace de él una deidad egipcia, un delicado abu simmbel en las extremaduras.
RépondreSupprimerPrecioso apunte a unas fotos preciosas. Qué buen ojo.
RépondreSupprimerMe quedo con la de arriba porque me recuerda mejor a una de esas imágenes románticas de ruinas invadidas por la vegetación(el poste donde se posa el mochuelo podría pasar por la silueta de uno de esos cenáculos o templetes barrocos derruidos y ahogados por un jardín decimonónico en el que la naturaleza, doblegada por la racionalidad humana, hubiese de nuevo tomado posesión de sus dominios)
RépondreSupprimerEl Otoño, por estas latitudes, tiene una serena belleza de la que no siempre disfrutamos, encerrados en nuestras casas tras la orgía solar del verano. A mí me gusta, tanto como el texto que acompaña a la imagen.
pido permiso al autor para pintar a partir de la primera fotografía un apunte pequeñito...es bellísima
RépondreSupprimerMuchas veces se coge la realidad, se aplasta, se dice que nos aplasta y aplastamos con ella.
RépondreSupprimerOtras, se cuida la realidad lo que se pueda y se la mostramos bien cuidada a quien tenemos al lado: le gusta; y nos gusta hacerlo.
En el ojo de oro de su mochuelo se ha reparado, y en el lazo que trata de cuidarlo: firma pampanera del crepúsculo.
Por eso dicen que cada mochuelo a su olivo. Aunque la imagen me hace recordar tambien el poema de el cuervo de A Poe.
RépondreSupprimersalud
txema
Tu fotografía es como una pintura antigua, con sus colores apagados, la sombra del mochuelo y de los árboles. Y ese tallo que se enrosca contra el cielo. Un precioso anuncio del otoño. Gracias,
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