TODA vida va seguida de una muerte. La de Santiago Carrillo estuvo precedida de una vida que él contó en unas memorias insuficientes, presentadas en su día por Alfonso Guerra, de quien esperamos aún las suyas, a la altura de su personaje (escribió unas en esa edad temprana en la que un político tiene más cosas de las que olvidarse que las que recuerda). De su vida, en esta hora postrera, quedémosnos con el atinado artículo de Santos Juliá, acaso el único respetuoso con la verdad en la hora de la alabanzas. Especialmente justo Juliá recordando a León Trilla y a Wenceslao Carrillo. Y las palabras que tuvo para cada uno de ellos el hijo de este último, propias de uno de esos secundarios sespirianos que conspiran por los rincones.
Pero de todo lo que ha visto uno, leído y oído estos dos días de esa figura (es así como principalmente se le ha llamado: "figura de la transición"), le deja a uno pensativo lo que le hemos oído a él mismo, en una entrevista que se le hizo mientras estaba vivo (así lo diría uno de nuestros clásicos, figura contemporánea). Siento no reproducir sus palabras textualmente, pero variarán poco: "¿Que si me preocupa lo que vayan a decir de mí cuando me muera? Pues, mire, no. No espero grandes alabanzas cuando me muera. Ni siquiera espero que se ocupen de mí. Me olvidarán. Y eso es normal. Me recordarán mis hijos, mis nietos, los amigos que he tenido, mientras ellos vivan. Pero la gente, poco a poco, se olvidará de mí. La gente se olvida. Y es normal que suceda así. Es la vida. Mientras vive uno, se le recuerda. Luego se muere uno, y no queda nada, nada, todo se olvida". Era aún más impresionante oírlo de sus labios, con sus mismas palabras. Pensé no en lo que le diría don Miguel de Unamuno, sino todos aquellos otros que vivieron justamente para dejar buena memoria de sí, como dejó de sí y de su propio padre nuestro Jorge Manrique. Pues el mundo mejora recordando, y gracias a ello, y a sus extraordinarias y valerosas acciones recordamos aún todos y cada uno de los nombres de los personajes de la Ilíada. Pues fueron eso, ejemplares, un faro para nosotros que sufrimos como ellos por parecidas razones veintiocho siglos después. Sí, es poco probable que dentro de veinte o treinta minutos se recuerde a este hombre. Tuvo una vida difícil y se la hizo más difícil a muchos, pero andando el tiempo también nos la hizo algo más fácil renunciando a sus viejos delirios totalitarios. Sólo por esto último, aunque jamás pidiera perdón a sus víctimas sin culpar a la Historia como responsable final de todo, que la cruel posteridad le sea leve, tal como esperaba.
Pero de todo lo que ha visto uno, leído y oído estos dos días de esa figura (es así como principalmente se le ha llamado: "figura de la transición"), le deja a uno pensativo lo que le hemos oído a él mismo, en una entrevista que se le hizo mientras estaba vivo (así lo diría uno de nuestros clásicos, figura contemporánea). Siento no reproducir sus palabras textualmente, pero variarán poco: "¿Que si me preocupa lo que vayan a decir de mí cuando me muera? Pues, mire, no. No espero grandes alabanzas cuando me muera. Ni siquiera espero que se ocupen de mí. Me olvidarán. Y eso es normal. Me recordarán mis hijos, mis nietos, los amigos que he tenido, mientras ellos vivan. Pero la gente, poco a poco, se olvidará de mí. La gente se olvida. Y es normal que suceda así. Es la vida. Mientras vive uno, se le recuerda. Luego se muere uno, y no queda nada, nada, todo se olvida". Era aún más impresionante oírlo de sus labios, con sus mismas palabras. Pensé no en lo que le diría don Miguel de Unamuno, sino todos aquellos otros que vivieron justamente para dejar buena memoria de sí, como dejó de sí y de su propio padre nuestro Jorge Manrique. Pues el mundo mejora recordando, y gracias a ello, y a sus extraordinarias y valerosas acciones recordamos aún todos y cada uno de los nombres de los personajes de la Ilíada. Pues fueron eso, ejemplares, un faro para nosotros que sufrimos como ellos por parecidas razones veintiocho siglos después. Sí, es poco probable que dentro de veinte o treinta minutos se recuerde a este hombre. Tuvo una vida difícil y se la hizo más difícil a muchos, pero andando el tiempo también nos la hizo algo más fácil renunciando a sus viejos delirios totalitarios. Sólo por esto último, aunque jamás pidiera perdón a sus víctimas sin culpar a la Historia como responsable final de todo, que la cruel posteridad le sea leve, tal como esperaba.
Qué difícil me resulta sustraerme a las dudas sobre su responsabilidad en la ignominiosa masacre. Se corre el peligro de derrochar generosidad y olvido argumentando que el tiempo lo borra todo. Pero tampoco sería deseable que su sombra se alargue tanto como la de los cipreses de Gironella y oculte el gigantesco mérito de aquel hombrecillo con peluca que supo renunciar a sus ideales cuando el futuro de su país, o él mismo, exigieron el esfuerzo.
RépondreSupprimerSin embargo, con todo lo difícil que resulta hacer comparaciones con objetividad, no parece justo que las memorias históricas tan obstinadamente removidas por intereses relativamente cuestionables, condenen a unos a las llamas perpetuas y sean clementes con otros. Los cincuenta años han transcurrido para todos por igual: el mismo polvo debería tapar sus huellas.
Definitivamente, me consideraría incapaz de colocarle un epitafio a Santiago Carrillo.
Para descargar lo que de solemnidad acompaña a la muerte, contaré una anécdota que ocurrió ayer en el programa de radio de Carlos Herrera, quien dedicó una hora de su programa a homenajear a Santiago Carrillo. Dio entrada a una llamada del empresario Teodulfo Lagunero, camarada que vivió junto al exdirigente comunista momentos muy importantes de su vida. Relató lo que tantas veces hemos oído: cómo hicieron aquel viaje de entrada a España, el pasaporte falso, los controles de acceso, el miedo que pasaron... Entonces, Teodulfo Lagunero dio un giro sorprendente a su tono compungido para afirmar que Carrillo, con la peluca que le hizo el peluquero de Picasso, parecía una "maricona". Y aunque el comentario podría haber parecido una salida de tono, fue celebrado por el locutor y los contertulios como lo que de genio y figura, pese al vapuleo sufrido, han tenido tantos protagonistas directos de nuestra reciente historia.
RépondreSupprimerTuve la misma reaccion cuando vi a Carillo con las gafas y me hice la misma pregunta,que simbolismo querian transmitir dejandole las gafas? para que le sriven ahora?. Mi impresion, a medida que pasa el tiempo, es que nos creamos unos ideales y se convierten con el transcurrir de los años mas bien en actos de fe, nos hacemos mas dogmaticos y es èstos no se puede renunciar. En muchos casos hasta llega a justificar la existencia.
RépondreSupprimerPor coincidencia estoy en plena lectura del libro de Preston sobre la guerra civil y sin haberla vivido pone los pelos de punta.
saludos
txema
"Cuando el tiempo nos alcanza" son las aburridas memorias de Alfonso Guerra. Si mueres a los noventa y siete años, con el cigarro en la boca y durmiendo la siesta yo creo que hasta el Rigor Mortis se descojonaria de risa.
RépondreSupprimerMurió con la gafas puestas, entonces. ¿Una maricona,dijo Lagunero?,mamma mía si tal llega a decirlo Cascos!.
RépondreSupprimerSombras y luces de Carrillo,de su itinerario vital,más los minutos añadidos de la basura q alegremente le regaló Zapatero con su homenaje y la Ser con su tertuliano mensaje... ¿acudieron bellas muchachas en flor,puño en alto,a cantarle la penúltima Internacional?
saludos
Supo estar a la altura en la segunda parte, pero ¿le redime eso de la barbarie anterior?http://desdemiazoteaveo.blogspot.com.es/2012/09/carrillo.html
RépondreSupprimerFue un hombre bueno.
RépondreSupprimerAl hilo de la muerte de Carrillo, me he preguntado (una vez más) qué habría pasado si la República hubiera ganado la guerra civil. ¿Se habría vuelto a la democracia "burguesa" anterior al 36, o se habría implantado un sistema totalitario comunista bajo la estela de la URSS (similar a los que surgieron en el este de Europa tras la 2ª guerra mundial)? La verdad es que que, por la influencia que en los últimos tiempos de la guerra tuvo el Partido Comunista (con Negrín de jefe del gobierno), tengo la impresión de que más bien se habría impuesto esto último. No me imagino una vuelta a la democracia y mucho menos la admisión de partidos derechistas (la derecha democrática -CEDA- fue perseguida -y muchos de sus afiliados fueron asesinados- en el bando republicano). Lo que está claro es que nuestra historia habría sido otra, muy otra.
RépondreSupprimerUn profesional al que nunca se le oyó alzar la voz. Gran saga los Guerra , justo es acordarse de don Juan G. El primer alto Comisionado de España, un hombre de despacho .
RépondreSupprimerChao
El personaje de la foto, cuya actitud parece la de rendir honores al referente legendario que nos deja, me lo imagino hace treinta y siete años, en el Palacio Real, tras una cola de largas y heladas horas, para despedir a su caudillo. Estos primos, de tanto riesgo, son los de la España cañí que se perpetúa, para mayor gloria.
RépondreSupprimerLo que debemos agradacerle a Carrillo es lo que significó en los 70 plantear la necesidad de la reconciliación nacional y la moderación con la que lideró al PC. Conviene recordar que en los ambiente universatarios mas politizados de los primeros 70 el partido comunista tenía la consideración de partido de orden y casi burgués- eso si con una férrea disciplina y en el que los militantes eran auténticos creyentes-
RépondreSupprimerFuera de esa contribución, su etapa anterior me parece enteramente siniestra y al final cuando lo oía muy de tarde en tarde en la radio me parece que volvía a ser un auténtico dogmático y ¡ qué decir de sus vacaciones con el caramada Ceaucescu y el orgullo con el que se montaba en el coche que aquel le había obsequiado.
Javier