HACE acaso cincuenta años que dejaron de usarse los papeles secantes, desde la irrupción de los bolígrafos y las nuevas tintas con secativos incorporados, del mismo modo que los papeles secantes arrumbaron para siempre el uso de la salvadera.
Aún las personas de mi tiempo que aprendimos a escribir con plumín, palillero y tinta, los usamos a menudo, para evitar los zafarranchos que solíamos causar en nuestros cuadernos, llenos de borrones y cuchilladas negras que los hacían parecer salidos directamente de una reyerta y no de una clase de caligrafía (había clases de eso).
¿Dónde se usó éste, en qué escritorios o mesas de despacho? ¿Sobre qué secretos se posó, carta de amor o sentencia de muerte?
Siempre quiso uno escribir un poema con las palabras que fueron quedándose atrapadas en el papel secante, como si fuesen los espectros o las almas robadas.
De este, encontrado el otro día donde se encuentran los papeles secantes usados, llama la atención el aire que tiene de un objeto minimal, concebido también cincuenta años antes de que se formularan los principios de esta tendencia estética. El reverso es homenaje al halo de aquel relato/poema que nunca llegó a escribirse, carta de amor o sueños sin ilusiones de Bernardo Soares en su oficina de la rúa de los Doradores.
Del Rastro, 9 de septiembre de 2012. Y ahora caigo en la cuenta, al mostrarlo aquí, de que el papel secante en realidad es un espejo anémico. |
El de la derecha parece un cuadro de Agnes Martin, sorprende como en la pobreza de un material y en los azares de su uso encontramos una belleza misteriosa provocada por el accidente de una mancha o una gota. Hay personas que detestan la abstracción porque no saben mirarla.
RépondreSupprimerAyer los espejos se apoderaban de la realidad en mayor medida de lo que recoge el ojo humano.Hoy se nos ofrecen las huellas crípticas de un papel que desde su condición de ladrón se queda con una parte de lo que se escribe.
RépondreSupprimerDa la sensación de que el señor Trapiello nos quiere colocar en uno de esos puentes sobre simas infernales que nos dejó Piranesi, para rescatarnos de la modorra intelectual.
Puestos a adivinar, tal vez mañana nos sorprenda con el fragmento de una partitura en la que su autor se olvidó de marcar la clave o el tipo de compás.
JOSE CANCIO
Debo decir que yo los usé muy poco tiempo. Y sí, me hubieran hecho falta un par de clases de caligrafía. Siempre digo que la tinta y el papel juntos tienen más romanticismo que la mismísima The way you look tonight.
RépondreSupprimerUn saludo y un placer.
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RépondreSupprimerDecir otro tiempo es como decir otro mundo. En el despacho de abogado de mi padre había papel secante, y también papel cebolla y papel carbón, que se usaban para hacer las copias de los escritos, antes -lógicamente- de que irrumpieran las fotocopiadoras. Todo eso ha desaparecido, y revela que lo que en verdad cambia la vida de la gente no son las revoluciones políticas, sino los avances técnicos. Nada ha cambiado la vida tanto como la invención del reloj, de la imprenta, de la bombilla eléctrica, del teléfono, de la radio, de la TV y -últimamente- de internet.
RépondreSupprimer(Hoy en zUmO dE pOeSíA publicamos un poema de Walt Whitman.)
un espejo anémico,es verdad,o un grabado mínimalista y oriental, un haiku entre la niebla, ¿el haikú es lo que a la larga queda en el papel secante de todo un poema?
RépondreSupprimersaludos
El mejor escribano echa un borrón.
RépondreSupprimerLa figura del calígrafo pasó a la historia
Chao