24 septembre 2012

Por qué nos gusta tanto hablar del tiempo

DECIMOS “hablar del tiempo” cuando se supone que no tenemos mucho de que hablar o cuando queremos evitar los asuntos embarazosos, pero lo cierto es que, además, nos gusta hablar del tiempo. Hace dos día ha entrado el otoño. En realidad vino antes. Lo vimos, al menos en Extremadura, paseándose solo por el campo algunas tardes de agosto, a esa hora en que  los días empiezan a perder luz. Cada estación se hace preceder de momentos que la presagian y gusta prolongarse en otros; por ejemplo, sin que haya terminado aún el verano, un día, de pronto, sentimos que ha pasado ya, y con él la algarabía azul de sus mañanas y la templanza de sus noches estrelladas, al igual que algunos días de abril podemos sentir cómo el invierno, que en principio había salido de escena, regresa intempestivamente atemorizando a la gente y metiéndola de nuevo en las casas con sus bravatas de escarcha y hielo.

De joven le llamaban a uno poderosamente la atención estas dos cosas de las personas mayores: la cantidad de entierros a los que tenían que asistir (como consecuencia, acaso, de la entusiasta afición que todas ellas solían mostrar por leer las esquelas de los periódicos) y las muchas horas que le dedicaban a hablar del tiempo y el modo conveniente de no dejarse amedrentar por él en ningún sentido: si era o no conveniente dormir con una manta más o menos, si había que desconfiar de un sol engañoso o de las corrientes arteras de aire. Me parecía entonces que el interés que sentían los ancianos por el tiempo y sus meteoros era inversamente proporcional a su edad, quiero decir, que cuanto más viejos eran más interés parecían mostrar por ese asunto, o sea, que cuanto menos tiempo de vida les quedaba más se acentuaban sus manías por todo lo relacionado con el barómetro.

Bien porque ya esté uno lejos de la juventud (en 1605 o en 1887 un sexagenario era no sólo un viejo, sino un superviviente), bien porque sea poeta (que los poetas se ocupen de las nubes o de la luna tiene que ver con la supervivencia, pero nos llevaría muy lejos explicarlo), el caso es que creo haber comprendido al fin por qué nos gusta tanto hablar del tiempo a medida que vamos cumpliendo años: porque la edad nos vuelve escépticos. Uno puede perder la fe en todo menos en la primavera, y decepcionarle un amigo, pero no una rosa,  y sabemos que cada estación traerá su dádiva: los almendros florecerán y se granarán los trigos; ellos tampoco defraudan. Incluso el invierno es pródigo en belleza. La vida podrá desengañarnos de muchas cosas, pero raramente de las relacionadas con nuestra infancia: qué sabio el hombre o la mujer que empezó a contar nuestros años en abriles, y cuánto mejor atender al tiempo y a lo que viene envuelto en él, simbólico y poético. Lo que desearía uno leer en la primera página de los periódicos, hoy, ahora mismo, sería el poema al otoño de Keats. Sigue siendo noticia, dos siglos después de ser escrita, al contrario que estas noticias que se marchitarán antes de que se ponga el sol. Ninguna de ellas es tan importante como esos versos. Y eso sólo se sabe, por desgracia, cuando se van cumpliendo años. Lo mismo que esto: todo puede esperar, crisis, ruinas, estafas (de la política ni hablamos), pero no el otoño. Tengo entendido, por cierto, que algunos consideran reaccionario hablar del  otoño, o peor, cursi.
      [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 23 de septiembre de 2012]

8 commentaires:

  1. La fe en la primavera.....
    Pero, curiosamente, según florecen los campos florece también la depresión en muchas mentes que se asustan con el descaro del sol y la llegada de los días largos. Mientras para unos la luz es vida otros se ponen mustios y es al final del verano cuando se reencuentran felizmente con su personalidad.
    Supongo que el carácter triste se acomoda mejor a las nostalgias otoñales.

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  2. Manuel Cañedo Gago24 septembre 2012 à 00:37

    Mientras las noticias se marchitan, la naturaleza, afortunadamente, permanece granítica, imperturbable; y aunque se produzcan mutaciones bruscas y catástrofes ambientales, la misma fugacidad huidiza y cambiante de la superficie terrestre hace que la naturaleza, con menor o mayor retraso, persista en la sucesión de estaciones. Bienvenido, pues, sea el otoño.

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  3. Paseando por la Casa de Campo mi hija de seis años vio el fruto de un árbol (bolas amarillas y rojas) y preguntó qué era. Yo le dije "madroño", y da frutos en otoño, y es típico de Madrid, y está en su escudo (el oso y el madroño).

    Y entonces ella, con toda lógica, concluyó:

    Ya, claro: MADRid + OtOÑO = MADROÑO

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  4. el otoño son las alfombras de oro viejo y crepitante que un día de golpe, para pasmo de los funcionarios,les caen de las alturas a los senderos de los parques municipales, creo.

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  5. Lo que realmente nos gusta es hablar todo el tiempo.

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  6. Abril nos cierra
    el horror metafísico
    del tiempo ausente.

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  7. Juan Baráibar López

    Soy un admirador de AT y, casualmente, también he sentido desde hace mucho la fascinación por esto de hablar del tiempo. Mi blog (Dinastía XXXII)se subtitula "vaciado de la literatura universal en torno al fenómeno de hablar del tiempo". colecciono citas al respecto, de las que ya atesoro cerca de doscientas. esta es una de mis favoritas, porque es de las pocas -junto a algunas de AT- que defienden este tan a menudo ridiculizado recurso comunicativo:

    Pero tal vez sea mejor tomar ejemplo de una costumbre cotidiana que todos hemos visto despreciar como vulgar o gastada. (...) La costumbre de hablar del tiempo. Stevenson la llama “las antípodas y el escarnio de los buenos conversadores”. Ahora bien, existen razones muy profundas para hablar del tiempo, razones que son tan delicadas como profundas, que yacen bajo capas y capas de estratificada sagacidad. Ante todo implica un gesto del culto primitivo. El cielo debe ser invocado, y empezar todo con el estado del tiempo es una forma pagana de empezar todo con una oración. (...) Es además un aspecto esencial de ese aspecto propio de la cortesía: la igualdad (...) Todas las buenas maneras deben evidentemente comenzar con la copropiedad de algo en tono de simplicidad. Dos hombres deberían compartir un paraguas; si no tienen paraguas deberían compartir la lluvia, con todas sus ricas potencialidades de ingenio y de filosofía. “Porque Él hace brillar el sol sobre justos y pecadores...”. He aquí el segundo elemento del tiempo: su reconocimiento de la igualdad humana, al establecer que todos tenemos nuestros sombreros bajo el único paraguas estrellado del universo. (...) Toda auténtica amistad comienza con el fuego, la comida, la bebida y la comprobación de la lluvia y de la helada. (...) En una palabra, dentro de la simple observación “hace un buen día”, se involucra la gran idea humana de la camaradería.

    Gilbert K. Chesterton (1874—1936) “La sabiduría y el estado del tiempo”, en Lo que está mal en el mundo

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  8. La llegada del otoño es encontrarse con cierto esplendor moral.

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