La gente, en general, se muestra bastante tolerante con lo que comen otros, pero si damos un poco de pena contando el sueño que hemos tenido la víspera, con la comida ocurre más o menos lo mismo. Alguien se deleita relatándonos que comió en tal o cual lugar un guiso imponderable, y si no pensamos ir nosotros mismos a comprobarlo más tarde o en otra ocasión, nos encogemos de hombros. Y excepto el canibalismo, en efecto, admitimos que la gente coma lo que le venga en gana, y aunque tal o cual plato nos repugne, comprendemos que la comida está tan íntimamente ligada a la cultura de un pueblo y a nuestra propia historia individual, que encontraríamos una crueldad o sólo una necedad privar a nadie de su propia magdalena de Proust. De hecho, ninguno de nosotros cambiaría el sabor de tal o cual manjar de nuestra infancia por otro, viniéndose a igualar así los requesones de Sancho y el caviar de los zares.
“Llegó un hombre con un saco de gustos, y los vendió todos”, dice un refrán, y esta es la base de la vasta industria del gusto. En lo que se refiere a alimentos, la escala es amplia, del que está dispuesto a pagar una fortuna por probar tal o cual peterete al que es feliz alimentándose de altramuces, como Diógenes. Pertenece uno al amplio grupo de personas que come, como suele decirse, lo que le ponen, y aunque agradezca la comida sazonada, acaso valora más que sea saludable. Pero hemos llegado a un punto en que tampoco es fácil saber qué es o no sano. Suele decirse que las cosas que nos gusta comer engordan más o son más nocivas (colesterol y todo eso) que las que nos gustan menos, acaso porque de las primeras tomamos más cantidad que de las segundas. Pero lo cierto es que cada día “las últimas investigaciones demuestran” que tal o cual alimento, tenido por nocivo o desaconsejable, está lleno de propiedades panaceas, en tanto que otros, considerados tradicionalmente como saludables, son un caballo de Troya que mete en nuestro organismo milites cancerígenos y otros agentes arteros y satánicos. La lista de alimentos que pasan de nocivos a recomendables y a la inversa es interminable y oscila a diario, como la cotización bursátil. Es el caso del café. Pese a que le gustaba a uno mucho, dejé de tomarlo hace treinta años porque ciertos “expertos” nos lo estorbaron con informaciones inquietantes, como aquel doctor Tirteafuera que trajo a Sancho por la calle de la amargura en la Ínsula, pero ahora otros “expertos”, acaso a sueldo de los cafeteros, aconsejan vivamente su ingesta, dando a entender que si nos sobrevienen no sé cuántos males, habrá sido por no haberlos prevenido tomando dos tazas al día. ¿Qué hacer?
Hace unos meses murió la joven amiga de un amigo. Se había hecho vegetariana hacía cinco años porque buscaba la longevidad de los frugales cartujos, pero los pesticidas de unas acelgas cenadas a diario le vendimiaron la vida sin que se diera cuenta. Hace unos años se temía que el café podía provocar infartos; hoy parece que los previene. Verdaderamente no sabe uno qué llevarse a la boca. Una manzana acabó con Adán y Eva. ¿El Paraíso? Aquella edad de oro, no tan lejana, descrita en La montaña mágica, en la que los médicos recetaban a los tuberculosos y enfermos de pulmón un par de cigarrillos diarios, y una vez más, el carpe diem.
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 9 de septiembre de 2012]
Buenos alimentos en las lonjas de pescado y poco más . Las semillas de hace 50 años están casi extinguidas y el cotarro lo dirige la Bolsa de Chicago y el todopoderoso Monsanto .
RépondreSupprimerMonsanto es experta en explotar a cultivadores y mercados . Comercializó productos cancerígenos ( herbicidas , bifenoles y gas mostaza entre otros )
¿Es Monsanto una industria de naturaleza criminal ?
Chao
En efecto, las recomendaciones tan contradictorias con que nos bombardean son de un descaro atroz. Más perplejidad me produce,aún,que ciertos sectores de la medicina le hagan el juego a determinados productores, ignorando que la muerte tiene un precio llamado un puñado de dolares.
RépondreSupprimerDel veneno pasamos a la panacea en un abrir y cerrar de ojos. Recuerda uno al controvertido aceite de oliva, a las nocivas sardinas en lata y a la saludable dieta mediterránea, y ya no sabe qué comer para sobrevivir.
Por eso es comprensible que se suela escuchar en la misma esquina de nuestra calle, sin ir más lejos, que a buen seguro se conoce ya el origen de muchos tipos de cáncer, aunque poderosos intereses comerciales lo ocultan. Igual, creo yo, que ocurre con el petróleo como único combustible, y con otras cadenas igual de pesadas y onerosas, de cuyo imprescindible porte nos convencen para nuestra mayor seguridad. Quizá a la prima de riesgo le ocurra como a las sardinas, que no sabe nadie quien la acredita o desacredita cada mañana.
Comer bien es un arte, igual que el vivir, y la frugalidad no influye tan directamente en la esperanza de vida como se cree, pues dependemos de factores tan diversos como la genética, la fisiología, o tener la mente bien equilibrada. Y en tono de humor podría decirse que comer menos trae consigo días en que la vida se nos hace eterna.
RépondreSupprimer¿Y qué me decis de la morcilla, el morcillo y la cecina de León? Tomad estos sabrosísimos dones con prudencia y asiduidad y os aseguro que nos veremos en este blog de don Andrés dentro de cien años. Hacedme caso.
RépondreSupprimerEs ,creo la presión de los gabinetes de prensa de las distintas industrias alimenticias dándonos la vara siempre.
RépondreSupprimerCómo pudo una humilde manzana liarla de aquella manera:Ecce Homo!
Hoy he dudado un poco en llevar este artículo a R. para que lo leyera, con los cólicos que le dan por su buen comer.
RépondreSupprimerYo soy “potajero” desde que era un crío y mi particular magdalena de Proust es un guiso que sólo he podido comerlo, porque en ninguna otra parte saben de su existencia, cuando lo hacía mi madre. Cuando lo pido o se ríen o me miran mosqueados. Difícil me queda pues cualquier retorno al pasado por el sentido del gusto.
RépondreSupprimerEl guiso en cuestión se llama potaje de pámpanos y tan sólo consiste en añadir a los tradicionales ingredientes del potaje un buen puñado de pámpanos tiernos de parra. Le da un saborcillo un tanto agrio que me volvía loco y recuerdo como acababa en un pis pas con los platos. Imagino que mi madre aprendería la receta de mi abuela por ser habituales tales inventos culinarios en el hambre de la posguerra. Ni Ferrán Adría le echa tanta imaginación a la cocina como una madre necesitada que precisa darle de comer a sus hijos, y ya decía Cicerón, si no me equivoco, que el mejor condimento es el hambre. Grandes obras del Siglo de Oro giraron en torno a tan efectivo aderezo de los platos.
Y es cierto que, en la actualidad, con tanta oferta alimentaria, uno no sabe qué llevarse a la boca, como esos niños indecisos ante una avalancha de juguetes que finalmente acaban por no disfrutar realmente de ninguno. Antes de los sofisticados tratamientos de conservación de la comida, antes de que un kiwi australiano se viera en la tesitura de viajar en avión hasta nuestras tierras, la gente comía lo que en cada estación del año le daba la tierra. Un melocotón podía ser así un manjar de zares, por su escasez en Rusia, y vulgar postre de labriego en Calanda. No se si comían mejor o peor pero me da la sensación de que ese adecuarse en la comida a las estaciones del año, al clima, era un factor esencial para la vinculación visceral que antes tenía el hombre con su tierra y con la naturaleza. Algo quizá perdido para nosotros.
Y coincido con F.C. sobre Monsalto. Es la principal responsable, por su política monopolista agrícola, de que estén desapareciendo variedades genéticas de alimentos, como con el maíz de Méjico, conservadas tradicionalmente por los pequeños agricultores locales, y que podrían ser decisivos para la seguridad alimentaria del planeta. La mejor estrategia de la vida es la variedad genética que por intereses de una multinacional nos estamos cargando. Al margen de la ruina y desaparición de pequeños agricultores por todo el mundo y con ellos de una forma de vida milenaria, que además quedan pobres y sin futuro pues la producción de alimentos de Monsalto y otras multinacionales se importa no quedando ninguna riqueza en la tierra en la que cultivan esos productos manipulados genéticamente y cuyas consecuencias para la salud a largo plazo no sabemos a ciencia cierta, pues no hay certeza en la ciencia cuando tanto dinero anda por medio.
¿Qué hacer con el vino tinto, nos acabará pasando lo que a Andrés con el café? Se nos dice que es muy bueno tomar una copa de vino, pero ¿ y si tenemos la fatalidad de conocer , cuando ya sea demasiado tarde, que un copa no es suficiente?
RépondreSupprimerEn fin, en estos días se nos dice que los alimentos llamados ecológicos no continen más nutrientes que los otros pero si que contienen menos pesticidas y ¿ no sería esto más que suficiente para recomendar su consumo?
Menos mal, amigo Cancio que el aceite de oliva se salvó de la quema porque , efectivamente, en los primeros setenta se nos decía que no había que consumirlo , lo que junto a la polémica entre reforma y ruptura nos tenía sumidos en una honda perplejidad.
Javier
Cierto. Una perplejidad tan honda como la cruda realidad, la de comprobar que con el transcurso del tiempo cada vez se va perdiendo más aceite, como si fuera gratis.
SupprimerPerplejo me quedé yo también hace unos días. cuando en la gallega Portonovo un bar con fachada a la ruidosa carretera anunciaba a sus posibles clientes: "Se da de comer por atrás".
(Del Lazarillo, episodio del Escudero:)
RépondreSupprimer-Tú, mozo, ¿has comido?
-No, señor -dije yo-, que aún no eran dadas las ocho cuando con Vuestra Merced encontré.
-Pues, aunque de mañana, yo ya había almorzado, y cuando así como algo, hágote saber que hasta la noche me estoy así. Por eso, pásate como pudieres, que después cenaremos.
V.M. crea, cuando esto le oí, que estuve en poco de caer de mi estado, no tanto de hambre como por conocer de todo en todo la fortuna serme adversa. Allí se me representaron de nuevo mis fatigas y torné a llorar mis trabajos; allí se me vino a la memoria la consideración que hacía cuando me pensaba ir del clérigo, diciendo que aunque aquel era desventurado y mísero, por ventura toparía con otro peor; finalmente, allí lloré mi trabajosa vida pasada y mi cercana muerte venidera. Y, con todo, disimulando lo mejor que pude, le dije:
-Señor, mozo soy que no me fatigo mucho por comer, ¡bendito Dios! De eso me podré yo alabar entre todos mis iguales por de mejor garganta, y así fui yo loado della hasta hoy día de los amos que yo he tenido.
-Virtud es esa -dijo él-, y por eso te querré yo más: porque el hartar es de los puercos, y el comer regladamente es de los hombres de bien.
«¡Bien te he entendido! -dije yo entre mí-. ¡Maldita tanta medicina y bondad como aquestos mis amos que yo hallo hallan en la hambre!»
(Eso: "Medicina y bondad": buen título para un artículo, Andrés, con su punto goethiano y todo.)
Un "Carpe Diem" tan condicionado por un entorno tan contradictorio que hablar de los alimentos sirve de analogía para expandirse a otros ámbitos sociales (claro, discutirlo podría tener las mismas consecuencias que hablar sobre el sueño de la víspera...)
RépondreSupprimerSin embargo, ese saco de gustos no deja de ser un paraíso o infierno delicioso.