CUANDO Machado escribió aquel proverbio memorable, “se miente más de la cuenta por falta de fantasía: también la verdad se inventa”, no estaba pensando en los nacionalismos. Tampoco en la llamada memoria histórica capaz de recordar lo que ni siquiera ocurrió. Hablaba de cómo una mentira repetida un par de veces con suficiente convicción, desde el lugar adecuado y por persona señalada, basta para que acabe pasando por verdad. Hace veinte años se le dio a Las armas y las letras un premio que contribuyó a que su autor empezara a escribir en este Magazine. Entre los miembros de aquel jurado figuraba Martín de Riquer, que fue, según me contaron entonces, quien más lo defendió. Cuando le di las gracias en la entrega del premio, la única vez que le vi, me preguntó: “¿Por qué hemos tardado tanto en leer las cosas que usted cuenta? Lo más grave es que muchas incluso las conocíamos o las sospechábamos”.
En aquel libro y todas las veces que he podido, ha dicho uno que acaso el mejor editor español del siglo XX fue José Janés. Hizo de su editorial un modelo literario y tipográfico. Algunos saltaron alarmados: “¿Qué se está insinuando? ¿Que el franquismo propició la libertad de expresión y la cultura? ¿Es que nadie va a hacer callar a estos fascistas?”. No había dicho en absoluto eso, pero conocemos la maña que se da el Santo Oficio para enredar sus procesos. Lo que uno había dicho exactamente es esto: sí, a pesar de la censura y el Régimen, Janés había hecho por la literatura y la tipografía españolas más de lo que había podido hacerse en España hasta entonces. Y así podrá constatarlo quien se acerque al libro de Josep Mengual A dos tintas (Josep Janés, poeta y editor) que acaba de publicarse. Nadie duda hoy de que algunos de los mejores poetas y escritores del siglo XX fueron Claudio Rodríguez o Gil de Biedma, Cunqueiro o Pla.Todos ellos publicaron sus obras, con o sin censura, durante el franquismo. Incluso las de quienes tuvieron que sortearla en alguna ocasión o publicarse fuera, como algunas de Blas de Otero o Juan Marsé, no son especialmente significativas comparadas con las que ellos publicaron en aquella España franquista.
Esto no era un erial, por suerte para todos. La lista de lo que fue posible entonces es larga, y acaba con la idea de dos Españas, buena la del exilio o la de cierta gauche más o menos caviar, y casposa cualquier otra que no fuese una de esas. Y gracias a que España no fue la que algunos decían, mintiendo, el país llegó a 1975 lo bastante cultivado por gentes como Janés o Vergés o Lara (oh, sí, Lara, para el que trabajaron sabios como Riquer, Pujol o Valverde, que no fueron ni siquiera compañeros de viaje) para acometer una transición modélica. La idea se recoge también en un artículo reciente del NYTimes. Quizá, cuando lo vean escrito en inglés los oficiales del Santo Oficio empiecen a pensar complejamente el mundo. En España nos resistimos a juzgar el franquismo, se nos dice, y es verdad. Debería juzgarse a Billy el Niño, cierto, pero no sin explicar cómo fueron posibles junto a este policía siniestro y a pesar del franquismo empresas tan nobles como las de Janés o trabajos como el del fotógrafo Català Roca. (Continuará).
[Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 27 de octubre de 2013]
La obsesión, perfectamente alimentada, de filtrarlo absolutamente todo en clave política, ha conseguido desquiciar a nuestra sociedad, elevando a Franco a la categoría de un hito legendario cuya siniestra estela anulaba la más mínima capacidad humana de expresión. Se pretende que durante su dictadura solo existió la nada, que artistas y pensadores abarrotaban las cárceles por el mero hecho de serlo, que cualquier asomo de creatividad era enseguida pisoteado por la tiranía. Pero de aquella época mucho de lo que hoy se cuenta fue cierto, aunque no todo. Las garras no buscaban cualquier presa porque no todo era motivo de presa. Acabé la carrera el mismo día en que murió el dictador y no recuerdo que las barreras que asfixiaban al creador, en el más amplio sentido de la palabra, hubieran abortado la posibilidad de proseguir y dar a conocer sus obras. Sería ingente la lista de pintores, escritores y artistas en general cuyo testimonio creativo permanece entre nosotros y ha sido nuestro ejemplo, por real que fuera al mismo tiempo la paranoia inquisitorial. Cuarenta años de desierto en muchos aspectos sí, en otros no. Falsificar la historia es injusto hacia quienes desde su ámbito la escribieron. No solo el franquismo protagonizó aquellos años.
RépondreSupprimerya he visto que te han publicado un microrelato en el Cultural con tu nombre soñado, Andrés Niporesas
RépondreSupprimerLos que se quedaron entre tinieblas apenas tuvieron amplitud de miras y los exiliados tuvieron suerte dispar ; los artistas en malos momentos no son dueños de su destino
RépondreSupprimerRamon Sender y Gironella son dos olvidados que están a la altura de Cela y que fueron importantes en los 70 , es bueno que salgan nombres a la palestra . A Claudio Rodriguez le conozco de hace poco que vi un video y leí unos poemas ; me quede alucinado , una persona absolutamente buena y un poeta nato , prodigioso .
Como aficionado tengo claro que no puedo hablar mal de ningún escritor y sí bien de los que me gustan . Para nada un escritor debe posicionarse suponiendo que otros lo hacen , ya que cae en el pecado contra el que predica .
Según el articulista del NYT, “civil guards and flies” no molestaban a la divina izquierda del cava y el caviar. Pero del esparto y el espanto hubo también alguna otra.
RépondreSupprimerYo pensaba que el proverbio de Machado se refería a la falta de imaginación para ver la vida de " otra manera" de forma que lo que no fuera del todo real pudiera pasar por verdad. Quiero decir poner fantasía a las cosas de vida
RépondreSupprimerEnvié el otro día un comentario a La Vanguardia, en el foro de este artículo, que no se ha publicado. Lo he reproducido ahora, esperemos que con mejor suerte. Lo pongo también aquí.
RépondreSupprimerLo que dice AT respecto a que esto "no era un erial" es cierto, e importante que se diga. Pero no se puede quitar importancia a la labor represiva de la censura. "Que trata de España", de Blas de Otero, sólo pudo publicarse aquí mutilada en "más de 100 poemas", como lo ha explicado Sabina de la Cruz; un libro tan importante de Gil de Biedma como "Moralidades" hubo de publicarse en México, por imposibilidad de hacerlo aquí. Y éstos son sólo dos ejemplos entre miles. Para qué hablar, por ejemplo, del cine o del teatro, y no sólo de las películas que sólo pudieron hacerse cambiando sustancialmente la idea original, sino sobre todo de las que jamás pudieron rodarse, o incluso rodadas no pudieron estrenarse, o sólo en limitadísimas condiciones. Nada que ver, desde luego, con la efervescencia de los años de la República. Y esto también es así, y conviene que se diga.
Desde luego, y comparto lo que dice, pero advierta que en mi artículo no se escamotea el hecho de la censura, sino que se dice que las obras censuradas muchas veces no eran tantas ni tan significativas como para menoscabar la fama y la obra de su autor, quien muchas veces acababa publicando en España, al poco tiempo, páginas que había tenido que publicar fuera, burlando así, en una segunda intentona, lo que no pudo hacerse en una primera. Sin contar cómo otras, la de Claudio Rodríguez, que podríamos poner en el mismo punto de excelencia, se publicaron por entero en la España franquista, sin que el franquismo lo estorbara o la empequeleciera por ello. Saludos.
SupprimerCreo que decimos sustancialmente lo mismo, pero desde distintos puntos de vista. A mí me parece que la represión de la cultura, como la de todo lo demás, fue grave, feroz y sostenida, y que sin ella España hubiera sido un país claramente más libre y creativo (quiero decir, con muchas más posibilidades en ese terreno; que los resultados no dependen sólo de dichas posibilidades). Pero es completamente cierto que a pesar de ello (no, ciertamente, a causa de ello) se hicieron muchas cosas de valor, y que quien las hizo tenía doble mérito, y que es enteramente justo que se lo recuerde y se reconozca ese mérito. AT ha sido y es ejemplar en ese terreno, y todos le debemos mucho (y yo, personalmente, muchísimo).
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