INSENSIBLE a la música con batería, por lo que tiene de hojalatesca, no suele serlo al "dolorido sentir".
Esta es la carta que la mujer de Lou Reed ha escrito a sus vecinos. En ella oímos el eco de John Keats, cuando mirando fijamente a la muerte que lo había perseguido desde Inglaterra hasta Italia, era incapaz de pasar por alto los cielos azules de Roma. Y aunque para entonces ya estaba triste, no había dejado de ser feliz, tal y como vemos a la señora Anderson, tal y como ésta dice que estaba esos últimos momentos su marido.
"A nuestros vecinos:
¡Qué otoño tan maravilloso! Todo reluciente y dorado y toda esa increíble luz suave. El agua nos rodea.
Durante los últimos años Lou y yo pasamos tiempo aquí, y aunque somos gente de ciudad este es nuestro hogar espiritual.
La semana pasada le prometí a Lou que lo sacaría del hospital y volveríamos a casa a Springs. ¡Y lo conseguimos!
Lou era un maestro de tai chi y pasó sus últimos días aquí feliz y deslumbrado por la belleza y el poder y dulzura de la naturaleza. Murió el domingo por la mañana mirando a los árboles y haciendo la famosa posición 21 del tai chi con tan solo sus manos de músico moviéndose en el aire.
Lou era un príncipe y un guerrero y sé que sus canciones sobre el dolor y la belleza en el mundo llenarán a muchas personas con la extraordinaria alegría de vivir que él tenía. Larga vida a la belleza que desciende y perdura y que se adentra en todos nosotros.
Laurie Anderson
Su amante esposa y eterna amiga."
¡Qué otoño tan maravilloso! Todo reluciente y dorado y toda esa increíble luz suave. El agua nos rodea.
Durante los últimos años Lou y yo pasamos tiempo aquí, y aunque somos gente de ciudad este es nuestro hogar espiritual.
La semana pasada le prometí a Lou que lo sacaría del hospital y volveríamos a casa a Springs. ¡Y lo conseguimos!
Lou era un maestro de tai chi y pasó sus últimos días aquí feliz y deslumbrado por la belleza y el poder y dulzura de la naturaleza. Murió el domingo por la mañana mirando a los árboles y haciendo la famosa posición 21 del tai chi con tan solo sus manos de músico moviéndose en el aire.
Lou era un príncipe y un guerrero y sé que sus canciones sobre el dolor y la belleza en el mundo llenarán a muchas personas con la extraordinaria alegría de vivir que él tenía. Larga vida a la belleza que desciende y perdura y que se adentra en todos nosotros.
Laurie Anderson
Su amante esposa y eterna amiga."
El Rastro, 9 de septiembre de 2012 |
Precioso obituario , eterno Lou
RépondreSupprimerNunca pensé leer algo en este Almanaque sobre Lou Reed, pues sé bien que, para AT, el rock viene a ser como el Pollock o el Rothko de la música... Curiosa conexión, en fin, la que han abierto las bonitas palabras de Laurie Anderson entre dos de los creadores a los que más he admirado en la vida.
RépondreSupprimerDavid Fdez.
Pasa el tiempo y al caballo salvaje alguien ha de acariciarle el cuello, ahora ya con música china, hasta que alcance las nubes al paso, muerda la cola de la grulla blanca y se deje llevar. Tan feliz como un pájaro en la rama.
RépondreSupprimer“El encuentro de un reloj de pared, un violín y una romana…” Sobre los adoquines del Rastro también surgen definiciones. Por cierto, dónde era lo del paraguas, ¿en un quirófano o “chez le couturier”?
RépondreSupprimerLa frase de Lautréamont es como sigue: "[Beau] comme la rencontre fortuite sur une table de dissection d'une machine à coudre et d'un parapluie", es decir, "[Bello] como el encuentro fortuito, sobre una mesa de disección, de una máquina de coser y un paraguas". No se trata pues de un quirófano, aunque sí de algo parecido. Pertenece al canto VI, parágrafo I, de "Los cantos de Maldoror".
RépondreSupprimerGracias. Frivolizaba con la memoria, las palabras y las cosas. No quise mirar la cita y jugué a falsearla como el encuentro fortuito, en el quirófano, de un paraguas y un maniquí de sastre. Qui- de quirófano a mani-quí o"machine": fonético y semántico, el inconsciente llevaría ambos objetos a casa de un modisto parisino en lugar de al quirófano que sobre la marcha apareció de sustituto. O sea, que del todo, solo se salva el paraguas; yo, desde luego que no.
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