RAMÓN, sólo Ramón, o sea Gómez de la Serna, ha sido acaso el único escritor que quiso alcanzar la singularidad literaria partiendo de un nombre común, el suyo. La vanguardia permitía esas cosas. Cuando firmaba incluso lo hacía con mayúsculas. Cosas también de la vanguardia.
Ayer, al hilo de unas jornadas sobre él en la Fundación Ortega, habló uno de El Rastro, y participó después en una mesa redonda (La prosa breve de Ramón, con Gustavo Martín Garzo, Blas Matamoro, José María Merino, Ernesto Pérez Zúñiga y uno mismo, moderados por Ignacio Echevarría). Estas jornadas, dirigidas por una Ioana Zlotescu a quien tanto debe el ramonismo, se montaron al hilo del cincuentenario de la muerte del escritor bajo el epígrafe Ramón (1888-1963) El futuro es ayer.
De El Rastro, un libro deslumbrante y desde luego uno de los que prefiero de su autor, ya dijo uno algunas cosas en el prólogo de la reedición que hicieron de él los libreros de viejo de Madrid. Hoy, al abrirlo de nuevo, me encuentro con estas líneas de Ramón, en las que justifica su amor por las cosas viejas: "Si no son comparables las ciudades por sus monumentos, por sus torres o por su riqueza, lo son por esos trastos filiales". En mi opinión, es todo lo contrario: las ciudades se parecen cada vez más por sus monumentos singulares, sus torres o por su riqueza (ya lo decía aquel a quien le preguntaron qué le parecía La Alhambra: "Como todas las alhambras"). Lo único que hace diferente a las ciudades es precisamente aquello de lo que la ciudad prescinde, y eso lo saben aquellos acostumbrados a visitar los rastros y mercados de pulgas del mundo. Por lo mismo que "todas las familias felices se parecen, y sólo las infelices son desgraciadas cada una a su manera". Etcétera.
Y pese a esa y otras pequeñas discrepancias, ante el libro de Ramón, una genialidad escrita a los veintitrés años, sólo cabe quitarse el sombrero. Un sombrero de copa, naturalmente.
RGdelaS., Libro nuevo, dedicado a los hermanos Manuel y José Gutiérrez Solana. |
En mi opinión las ciudades solo se parecen en la parte anecdótica que el poder económico les ha impuesto. Pensemos, por ejemplo, en el caso de Madrid y aceptemos que poco han tergiversado su casticismo la media docena de torres y algunos bodrios más que la tontucia del poder inmobiliario aldeano y la irresponsabilidad de los caprichosos munícipes han tenido a bien disponer. Incluso diría que esos edificios y otros no tan altos no son tan inmediatamente asimilables a la arquitectura vanguardista de otras capitales. Imagino el espléndido edificio del BBVA en la Castellana u otras muchas actuaciones brillantes llevadas a cabo recientemente en nuevos poligonos y jamás podrían insertarse en el tejido urbano de Londres, Paris o Amsterdam. Se debe admitir, desde luego, como dije al principio, que en ciertas circunstancias se ha incurrido en la indeseable despersonalización (¿globalización?). Pero se puede y se debe reconocer la presencia potente de lo invariante, incluso hoy mismo, porque el clima y la idiosincrasia son determinantes para que "lo nuestro" perviva.
RépondreSupprimerSegún termino sospecho que la polémica está servida, que algunos dirán que la opinión es libre, que otros citarán horrores imperdonables, que ninguno estamos en posesión de la verdad. Pero...
Yo creo que es verdad que las ciudades se reflejan en aquello de lo que prescinden, del Rastro de Madrid, de aquél del que escribió Ramón ya, casi, no queda nada. Ahora es una especie de mercadillo turístico festivo, supongo que todavía se puede comprar algo interesante, y AT lo cuenta magníficamente en SPP. Dejo un enlace de una fotografía de Baroja en el Rastro en 1953, curiosa y agradable. http://piobaroja.gipuzkoakultura.net/pio_baroja_irudi9.php
RépondreSupprimerMe apasionan las antigüedades y las entradas que dedica a su Rastro -porque creo que el Rastro se va haciendo a la medida de cada uno- son un deleite de lectura. Pero no creo que las ciudades se distingan por esas cosas de las que se desprendan sus gentes. Es más, mi experiencia me ha llevado a encontrar el mismo objeto en capitales alejadas miles de kilómetros. Y de características tan dispares como las propias de Oriente y Occidente.
RépondreSupprimerRamón jugaba con ventaja aunque creo que es obvio que prácticamente todo nombre es prescindible. Un Gómez de la Serna, Cervantes, Baroja, Umbral, Trapiello... nos da una medida más exacta del mencionado. Mas por Ramón, con un tal Santiago no me ocurre lo mismo.
Divertida acotación la suya al respecto aquí.
¿En RAMÓN lo del varón que echa su mirada por el escote femenino como una carta en el buzón?
RépondreSupprimer["por el buzon de su escote", 1 resultado (0,22 segundos) : [PDF] / Descargar ejemplar - Hemeroteca Digital / hemerotecadigital.bne.es/pdf.raw?query...name=Buen+humor... / por el buzón de su escote y dijo con voz de flauta: —Hasta pronto, Justino. Y desapareció dando un portaao de sombra. En su guardilla, acurrucado en un.
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Dos fragmentos de “EL OJO, LA PIERNA Y EL ALMA DE JUSTINO ALVAREZ”, de SAMUEL MURIN (“Buen humor. Semanario Ilustrado”, n.º 334. Madrid, 22-4-1928):
“La mujer rubia, esbelta y blanca como un cigarrillo egipcio, dobló el documento, lo echó por el buzón de su escote y dijo con voz de flauta:
―Hasta pronto, Justino.
Y desapareció dando un portazo de sombra.”
“El reloj de la iglesia tiró las doce monedas de sus campanadas sobre el mostrador del silencio (…)”
Qué más da. "Reguglido" solo un resultado", pero lo del escote-buzón lo habrá pensado, y hasta “originalmente” escrito, mucha gente, ¿no creen?
Acertijo-greguería de Pessoa en el “Libro del desasosiego”: “Una serpiente sin serpiente enroscada verticalmente en ninguna cosa”.
RépondreSupprimerUna espiral.
SupprimerCómo era aquella… Cuando se nos duerme una pierna sentimos en ella cosquillas de gaseosa (qué mal)… Nada, no la encuentro.
Ramon porque don Ramon era el gallego pero iban del mismo palo , si hay un don Miguel será Cervantes y no Unamuno . En mí opinión don Ramon es el heredero de Cervantes al que considero el creador del surrealismo por delante de Mary Shelley ( por cierto va a sacar Nórdica un Frankenstein ilustrado ) .
RépondreSupprimerRamon era genial como actor cómico e ingenioso como nadie , cierto es un humor muy español que da lugar a calificar sus greguerias como retruécanos fuera de aquí cuando era un hombre que escribía de forma respetuosa , en fin que dio y dará que hablar .
Plagiaria, objetualizante, retiniana, aliterante, macabra, onírica, fúnebre, especular, estrellada, heterodoxa y del estribo. En “El discreto encanto de la greguería”, Enrique Héctor González habla de “doce formas representativas” de la greguería advirtiendo que “el número es un capricho de la sinrazón, del azar destinado a lazarlas”.
RépondreSupprimerCopio solo la última, sobre la incompatibilidad de amor y amo, por si algún arzobispo pasara leyendo por aquí.
« Sencilla como es, la siguiente greguería destapa la reflexión que cierra estos comentarios: "Lo malo es cuando el amor del hombre pierde la erre." Perder significa abandonar un orden anterior, un caos precedente. Si el amor apaga una de sus señales, los amantes sienten, por más insignificante que haya sido la pérdida, que su historia se oscurece. La greguería, ¡qué duda cabe!, es el ejercicio amoroso que durante casi sesenta años cultivó Gómez de la Serna con denuedo. Su biografía, asimismo, es una constancia de fidelidad a la mujer (“Colombine”, en su etapa madrileña; Luisa Sofovich hasta el fin de sus días en Argentina) y a su paciente admiración por las cosas y los encuentros insólitos. Si el amor pierde la "r", su “finalidad” desaparece, el rumbo de su trayectoria sufre un apócope funesto. Es la última letra del amor, la de su rabia, la de su fuerza final, la que no debe fugarse.
Pero por otra parte –y éste debe ser el sentido esencial de la sentencia–, si el amor pierde su "r" final se vuelve “amo”, dueño, señor, mandatario. Ya no el que complace sino el que ordena. Ya no el que goza sino el que sufre el destino de imponerse al otro. No hay amor en eso que el amo inspira al súbdito. No hay amor en el sometimiento. La obra –que es lo que, al final, queda de un autor– es el producto amoroso que el artista deja tras de sí. La de Gómez de la Serna, por fortuna, no ha extraviado su “erre”: sus greguerías son desinencia que conjuga el juego del amor a la literatura y al lector que siempre profesó. »
http://www.jornada.unam.mx/2001/10/07/sem-discreto.html