11 novembre 2013

El protocolo

Nota: Le comentan a uno que la circulación de este artículo ha armado cierto revuelo en las famosas redes. Un artículo escrito con una sonrisa con el propósito de que se lea con otra. Alguien llega a afirmar, sin embargo, que es un insulto a las miles de personas que se dedican al protocolo. ¿Miles? Supongo que sólo será una hipérbole, porque de ser cierto eso sería preocupante en un país que ha empezado los recortes por la sanidad y la educación. También es posible que alguien haya querido ver aquí un ataque intolerable desde el punto de vista protocolario a las autoridades catalanas que han hecho valer el protocolo para ciertas actuaciones políticas. Se afirma aquí: se puede llevar una corbata fea, pero sabiéndolo. Y los que trabajan con el protocolo saben que arbitran arbitrariedades, vanidades, jerarquías que no proceden del derecho natural, como acaso piensen o desearían algunos, sino de convenciones de limitada circulación y circunscripción acotada que dicta siempre el más fuerte o el que ejerce el poder, quien no dudará en cambiar el protocolo sin el menor rebozo, si le perjudica. 
* * *
El protocolo está para saltárselo, de lo contrario no es más que un montón de normas acartonadas y polvorientas que con el tiempo causan tanta risa como asombro. En el protocolo sólo creen los que no tienen en la vida más que el derecho al protocolo. La gente con sentido común no se rige por el protocolo precisamente porque el protocolo está pensado para aquellas ocasiones en las que el sentido común brilla por su ausencia. No creo que a nadie se le ocurriese comparar al protocolo con la buena educación, porque por lo general cuando ha de echarse mano del protocolo, hay alguien que está siendo maleducado.  Exigen el cumplimiento del protocolo los que ya no creen en nada y menos aún en el protocolo. ¿Y cuántas veces el protocolo no es sino el arbitraje de vanidades enfrentadas? Si alguien piensa que el protocolo es universal es idiota: el protocolo del ártico exigía, si yo no estoy mal informado, que el forastero que se deslizaba en un iglú , incluso inadvertidamente, debía acostarse con la señora esquimala para no afrentar al marido esquimal, y en Inglaterra al que mojaba un bollo en el té se lo llevaban a la Torre de Londres. De ahí que el “¡A mojar!” “ de Alfonso XIII exhortando a sus secuaces a mojar las pastas en un tea palace (hay versión con churro en una chocolatada) alcanzase una merecida fama tanto por la vindicación del moje español como por saltarse a la torera los protocolos.

Casi todas las disputas protocolarias se producen por chorradas y entre gentes que están deseando no sólo que se resuelvan los famosos problemas de protocolo, sino que se agraven, para cargarse de razón. Hace años le tocó a una amiga recibir a la delegación española del Congreso de la Lengua en Cartagena de Indias y Medellín, y bien por su inexperiencia en ese trabajo o porque era una persona normal, estaba escandalizada por el problema que había surgido inesperadamente. El entonces director del Instituto Cervantes se negaba a montar en el coche que habían puesto a su disposición, de una marca y cilindrada al parecer ligeramente inferior al que le habían puesto al director de la Real Academia, cuando, según él, tenía que ser de rango parejo, si acaso no al revés. Lo normal es que ante un problema de tal calado, el protocolo contemplase la posibilidad de mandar a freír puñetas (fusión de hacer puñetas y freír espárragos) a los amantes despepitados del protocolo. Luego supimos que uno y otro venían disputándose a dentelladas ciertas parcelas y solares de su poder, prebendas, honores, la vesania corriente.

El problema nunca es de protocolo. Todo el mundo sabe, incluidos los que dicen que las formas son importantes para las instituciones y bla bla bla, que cuando las cosas van bien y hay un clima de entendimiento y cordialidad, la gente acaba mojando el churro, y no pasa nada. Al contrario, se celebra que alguien exima a los demás de ese corsé, porque se puede llevar una corbata fea, pero sabiéndolo. Lo delirante es cuando alguien ha decidido “creerse” el protocolo, porque entonces habrá poco que hacer, y todo el mundo dejará de mirar la realidad y los verdaderos problemas para enfrascarse en la lectura del reglamento y cortar pelos en tres.
    [Publicado en el Magazine de La Vanguardia el 10 de noviembre de 2013]

7 commentaires:

  1. Cuenta una crónica anónima que el día en que M. Antonieta subió al cadalso acompañada de un fraile, miró al verdugo con una sonrisa encantadora y amistosa, al ser preguntado el padre como pudo hacer semejante cosa con alguien que segundos después le cortaría la cabeza respondió: "Cuestiones de protocolo".

    RépondreSupprimer
    Réponses
    1. De ella también, otra conocida leyenda. En las apreturas del pequeño tinglado de la guillotina pisó sin querer al verdugo. Salto inmediato del protocolo, últimas palabras de la reina:

      ―Monsieur, je vous demande pardon. Je ne l’ai pas fait exprès.

      (Laetitia, Marie Antoinette!)

      Supprimer
    2. Cómo se traduce el último paréntesis,

      ¿Alegría, aleluya, ole María Antoñeta y su buena educación, o

      ¡Leticia como María Antoñeta!?

      Supprimer
  2. Me encanta el uso que Vd. hace, repetidamente, incluso cuando habla, de la conj, causal "porque". Adquiere un sentido de reafirmación encantador...
    Un saludo,
    María

    RépondreSupprimer
  3. Redundando, podría decirse que el protocolo es el traje fatuo de la nadería. Las buenas formas, tan necesarias, son otra cosa. Y es más, posiblemente lo sean todo. Si el cuerpo social tuviese como principal nutriente la buena educación, los protocolos estarían sobrando, con perdón de toda esa caterva de personal que vería peligrar su puesto de trabajo.

    Y como ejemplo sustancioso de exquisita educación y delicadeza, una María Antonieta rizando el rizo con su "protocolaria" sonrisa.

    RépondreSupprimer
  4. ¿cuantas veces nos dicen responsables de todo tipo de catástrofes " hemos cumplido con los protocolos " ? , pero es mentira y solo buscan eludir cualquier condena . Madrid Arena , todos a la calle.
    Cuando el protocolo se usa para privilegiar a alguien es una sumisión y se ve cuando un dirigente político sale en la foto adelantado al grupo con amplia sonrisa (enaltecido , parece se va a comer el mundo ) y los seguidores con media sonrisa y cara de místicos , como si acabasen de ser testigos de una aparición Mariana.



    o de alguna bilocación de Fraga ( no descarto logre la santidad )

    RépondreSupprimer
  5. Pero la reflexión sobre el protocolo y el absurdo encadenamiento a las formas, con todo lo interesante que resulta, es difícil comprenderla en su verdadera profundidad mientras no se explique a qué situación o experiencia del autor se dedica. Me cuesta trabajo pensar que se ha escrito sin referirla a nada concreto por quien cada día nos introduce en laberintos sutiles.

    RépondreSupprimer